Estimado lector, ésta semana esta columna será de nepotismo puro y sin pudor en lo que leerás, pues mi fallecido hermano Guillermo cumpliría el 22 de enero, la nada despreciable edad de sesenta años. Parecía de menos. Le decíamos que era el Dorian Gray de Oscar Wilde de la familia.
Comenzaré por mencionar que hay relaciones excepcionales dentro de una misma familia que solo se dan en la inmanencia de un vínculo fraternal que tiene muy activo el músculo del trato constante. Hay hermanos, como hay amigos, con quienes el trato simplemente es fluido sin trabas y sin reservas. Esa era nuestra relación. Parecía que seriamos eternos, pero su contagio de Covid nos metió en treinta días a otra realidad que solo se endulza recordando las gratas vivencias compartidas. Una inclinación involuntaria volvía cada vez más estrecha la unión de nuestras almas.
Por ponerlo en esos términos debo plasmar que la fisonomía y aspecto de nuestro vínculo de hermanos son toda una historia. Muchas cosas se pueden y se deben contar, otras tantas se deben callar, así es la vida. Admiraba en él que sin tanta alharaca, deducir y sacar conclusiones se le daba sin esfuerzo. Alguna vez hablamos de la longevidad y su conexión con el conocimiento. Nos gustaba escuchar a las personas mayores. Lastimosamente ya no tendremos eso.
Nuestra muy mencionada estancia universitaria en Monterrey nos acercó sustancialmente, y en todo lo que en esta vida se puede ser cómplices lo fuimos. Ambos reíamos, charlábamos, nos comunicábamos los pensamientos, hablábamos de nosotros mismos con la ingenuidad de dos niños, compartimos la edad en la que el primer impulso del corazón es creer en el bien. Así de ilusos fuimos.
Nuestra vida iba a un ritmo con la percusión y la fuerza que fomentan la conexión entre dos hermanos de oxímoron, diferentes pero iguales. En casa de mis abuelos Mijares éramos almas fáciles a la efusión en esa hora deliciosa que sobreviene de improviso en el momento en que todavía no es de noche y ya no es de día pero podíamos observar como poetas inspirados la regia silueta del cerro de la silla en la compañía de los abuelos, los tíos y los primos. Juntos aprendimos que el corazón posee el singular poder de dar un valor extraordinario a cualquier nadería.
Estuvimos en el mismo cuarto en toda la universidad, él en Medicina y yo en Comunicación. Un escritorio de madera que compartíamos, un closet que lo mismo guardaba su ropa y la mía y una cama de litera en la que dormíamos indistintamente arriba o abajo. Por esta razón entendimos que nuestros sentimientos estaban, por así decirlo, escritos sobre las cosas que nos rodeaban.
Cómo olvidar esos días en que, jóvenes y en todo el esplendor de nuestra salud, en toda la gloria de nuestra vida, sufríamos a expensas de algún corazón y de sus bellas ilusiones, ese desencanto que a cualquiera le sucede y que nos alcanzaba tan despacio y tan deprisa, porque queríamos creer lo más tarde posible en el dolor y siempre nos parecía que llegaba demasiado pronto, esos días eran entre Guillermo y yo todo un siglo de reflexiones, y fue también el día de los pensamientos religiosos y de la resignación.
En ese incesante mar de diálogos que teníamos participaban muchas otras personas que entraban y salían de nuestras vidas. Los tonos con que hablamos, algunas veces iban de la compasión a la ironía y muchas veces a la máxima hilaridad por la propensión de Guillermo al chiste picoso y al albur. Había veces que la risa nos dominaba de tal forma que experimentábamos una especie de calambre en el estómago al grado que nos suplicábamos mutuamente no inducirnos a la risa para aplacar esos accesos incontrolables de risa indomable. Tan deliciosamente estúpidos nos volvía la felicidad.
Querido y dilecto lector, te platico estos flashazos de recuerdos con mi hermano como un homenaje a él, pero también con esa convicción profunda a la que prestan tanto poder el acento, el gesto y la mirada en el pasado de una persona querida. Aun lo escucho con esa elocuencia sumamente pausada y esa ciencia de las formas que con tanta facilidad fortalecen las eminentes cualidades de un hombre sólido como lo fue mi hermano.
Hoy me pregunto ¿A quién no le ha ocurrido permanecer sumido en una meditación voluptuosa o triste, escuchar su voz interior, y acariciar un grato recuerdo? Admirable dualismo que a menudo ayuda a soportar con paciencia y dulce resignación la ausencia de un hermano muy querido.
Guillermo ejerció una visible influencia sobre mí desde que yo tengo uso de razón. Hoy tocan mi mente en forma intermitente las múltiples vivencias que tuvimos juntos; la felicidad se nos dio con facilidad.
El tiempo hablará.