Retornamos a los tiempos electorales.

Si cada uno de los instantes de nuestra vida se repite muchas veces, deberíamos ya de estar templados a lo que viene. Lo que solo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Con las elecciones que se avecinan en el 2022 estamos en el mundo del eterno retorno como en su momento lo mencionó Nietzsche. Estaremos entre el peso de unos candidatos que según nuestras filias y fobias los aceptamos, rechazamos o preferiremos, como dijo Milan Kundera, la levedad de ignorarlos y ni si quiera ir a votar; escogemos las acciones pero no las consecuencias. Todos ya lo hemos vivido.

Se perfilan las candidaturas de los partidos con mayores posibilidades para ganar la gubernatura que heredará Cabeza de Vaca a su sucesor. Las emociones de los involucrados afloran y laten por las características propias de la competencia electoral. Los que están en el poder los invade la soberbia de toda la información que les llega por su puesto, y quienes sienten que las últimas elecciones han sido un prólogo de su arribo al poder no dejan de afirmar a los cuatro vientos que ellos serán los próximos.

En el apogeo de su esplendor cada nuevo gobierno vive la euforia del triunfo y de las mieles del poder como si les fuera a durar más allá de su tiempo. De acuerdo a los datos históricos las fanfarrias de la victoria resuenan los primeros tres años de su gobierno y como un acto mítico y fuera de control, el poder se va mermando en cuanto se entra al segundo tramo del sexenio. Todos los que llegan lo han visto en el pasado y cuando les toca a ellos estar en el poder creen que será diferente. Todos se precipitan en el poder con una intrepidez que parece presagiar un gobierno eterno. Nadie hasta ahora ha aprendido la lección.

Cuando la evidencia tajante de que el sexenio languidece, no les queda más que hacer de tripas corazón y comenzar a entregar lo que se les prestó por vía del voto solo por seis años y empezar a negociar con los que vienen, con la loca esperanza de intercambiar sus magníficas dotes por un favor incierto. En la gran cadena de las especies morales, esa gente ocupa el lugar intermedio entre el avaro y el usurero. Optimistas por cálculos, todos ellos son fieles al statu quo, pero irremediablemente eso siempre cambia.

Los ciudadanos nos desentendemos de los que se van, vivimos una especie de divorcio con el ánimo festivo con que otros celebran su boda y nos enamoramos de las expectativas de los que llegan; vivimos esa luna de miel en lo que llega la primer decepción.

El amor inicial existe, es la lealtad al beneficio, ¡ahí está el interés y el corazón del ciudadano!; mientras en la propuesta de valor del gobernante que llegó esté el beneficio esperado, tendrán la lealtad (prestada) del ciudadano, nunca es eterna.

Lo que la euforia del poder no permite asimilar es que la lealtad del ciudadano votante es un préstamo frágil sin fecha de caducidad ni promesas eternas, se refrenda cada vez que la marca encuentra su momento de verdad o cuando se tiene la oportunidad de revertir una mala experiencia.

Querido y dilecto lector, encontrar cuál es la gran razón de existir de un partido o una alianza, ya sea “Va por Tamaulipas” o “Juntos hacemos historia en Tamaulipas”, implica ver más allá de lo funcional, hay que adentrarse en lo simbólico y entender que dichas alianzas valen más por lo que significan que por lo que son; si esto lo comprenden los involucrados le sacaran mucha utilidad.

Hoy en Tamaulipas, PAN y Morena tienen una pregunta fundamental para responderse antes de entrar en campaña, sus respectivas coaliciones de partidos son ¿en torno a quién? Las diferencias de los involucrados están muy mal maquilladas, hace falta una operación política desde la humildad que no veo en nadie, todos son generales de división o guerreros muy heridos por quienes ahora son sus aliados.

El hecho de juntar a la gente de Baltazar Hinojosa, priistas, con la gente de Cabeza de Vaca, panistas, para ganarle a Américo, morenistas, me parece un contrasentido existencial, un utilitarismo pragmático engañoso en aras de lograr un poder que de darse será para los “ganadores” una bomba de tiempo.

Así las cosas ahora que ya no hay ideologías. ¿A dónde nos llevarán?

El tiempo hablará.

Mas Noticias:
Leer más