GRATITUD INFINITA

Nací al periodismo entre “los clásicos”.
Aquellos comunicadores hechos en las redacciones, viviendo en ellas, comiendo “botana” en las cervecerías y cerrando la jornada con una partida de dominó en “el casino”.
Debí aparentar más edad de la que tenía, porque en mis 16, nadie entre los colegas mayores me hizo menos o me “buleo” en cualquier circunstancia.
Una serie de “Diosidencias” han forjado mi paso por los medios.
Llegué al Diario de Valles en 1979, buscando una publicación, vi un anuncio de que estaban contratando y en el acto me anoté.
Siempre me había gustado el dibujo y pensando que luego brincaría a caricaturista, fuera cual fuera la plaza que ofrecieran, pedí la oportunidad.
Salí del lugar como reportero y al día siguiente ya andaba haciendo entrevistas; el Gerente de TELMEX fue quien tuvo que soportar mi debut.
Me volví tintadependiente -no conozco olor más adictivo que el de la tinta ni melodía más rítmica que el son de la prensa en la madrugada-; por gusto me quedaba después de entregar las notas a ver la composición de los textos y el inicio del tiraje.
No pasó mucho tiempo en que otro juego del destino me marcara.
El editor-dueño del periódico- brincó a las grandes ligas de la comunicación social; andaba en el último año de LÓPEZ PORTILLO en la coordinación de prensa presidencial.
Pocas veces lo vi en el periódico, pero en ese tiempo, ni el teléfono contestaba, a nadie de provincia y menos a sus empleados.
Pasó que el director del periódico chocó en su camionetita compacta, contra un camión materialista cargado, quedando inconsciente, sin que el patrón se diera por enterado.
Así llegué a hacerme cargo de la primera redacción, en mis 18, más por necesidad que por derecho.
Cuando finalmente, pasados los meses el dueño se enteró de la situación, vino a saber de la recuperación de su Director y de la hazaña de haberse mantenido la publicación de manera ininterrumpida.
Seguramente no fue poco lo que eché a perder en la curva de aprendizaje -andaba peleando con el alcalde que era el cliente principal de la publicidad que ingresaba a la empresa, pero algo debí haber hecho bien.
Aún con las inercias de su encargo nacional, el jefe montó una editora en Tampico, donde hacíamos tres periódicos y a su servidor lo nombró coordinador editorial.
Menos dos años después, fue una llamada de Matamoros la que me sorprendió; el editor de El Popular, quería saber cuánto ganaba y si estaba dispuesto a multiplicarlo por diez.
Ganaba poco, pero por muy poco, multiplicado por diez ya se hacía una buena suma.
¿Qué tengo que hacer?
Lo mismo, pero un solo periódico, y el único requisito es salir ya para la central, tomar el autobús, para que amanezcas acá y me hagas el periódico de mañana, me dijo.
Y en efecto, a las 5:00 de la madrugada estaba esperándome en la Central de Matamoros para llevarme a la redacción de la 15, para armar la edición del día.
El Popular se hacía el mismo día, a las 11:00 se estaba mandando la última página y religiosamente, al mediodía, empezaba a circular.
Cualquier retraso motivaba el desfile de vehículos frente al periódico, de los lectores reclamando o intrigados por la tardanza.
Ya allá me explicó el motivo de la premura; el día de la víspera había descubierto que su cuerpo directivo mantenía relaciones discretas con el ayuntamiento, al que personalmente daba seguimiento y ordenaba señalar sus fallas.
Corrió director, subdirector y jefe de redacción, sin tener quien le hiciera la edición del día siguiente.
Un proveedor de equipo de ambos medios, fue quien le habló al de Matamoros del muchacho de Tampico “que le entendía al tema”.
El Popular retomó su ritmo y encarrilada la redacción, realicé un recorrido de unificación de criterios para la cobertura y redacción, con los reporteros y corresponsales.
El último punto fue San Fernando, donde conocí a quien desde entonces -hace 36 años ha sido mi compañera, novia y esposa-, motivando la solicitud de permanecer en el lugar la mayor parte de mis semanas, con todo el tiempo para cubrir mi ausencia.
Ahí estaba, en San Fernando, cuando manos cobardes asesinaron a mi editor y querido amigo ERNESTO FLORES TORRIJOS y mi amiga y compañera NORMA MORENO FIGUEROA, en funciones de jefa de información.
Ya no regrese a Matamoros.
Tras una estadía en San Fernando, donde edité un periódico, al gestarse nuestra primera hija, nos trasladamos a Victoria capital, donde fijamos nuestra residencia ya por más de 33 años.
Pasé por las redacciones de La Verdad, El Mercurio, El Diario de la Tarde, El Cinco, El Expreso.
Desde hace 20 años con corresponsalías de 13 medios coordino la Agencia HOY Servicios Informativos de Tamaulipas y como colaborador en espacios editoriales participó en ORT Noticias, La Raza, en distintos periódicos y páginas electrónicas.
Decían los mayores que los periodistas no somos noticia y por tanto, no debemos escribir de nosotros mismos.
De unos años acá esa premisa cambió y las nuevas generaciones nos han dado ese permiso.
De ello me cuelgo para, compartiendo mi experiencia laboral, agradecerles la deferencia de su lectura.
Y multiplicar mi gratitud al Club Primera Plana que este jueves me ha distinguido, con muchos otros colegas del país, con el Reconocimiento a la Trayectoria por 45 años de ejercicio periodístico.
Al decano reynosense, JOSÉ LUIS DEANDA YANCEY, y a su familia, mi felicitación por esos 60 años de ejercicio.
A JUAN SÁNCHEZ, a ALEJANDRO VALLADARES, a CHRISTOPHER MORA, a todos los compañeros que igual fueron galardonados por su esfuerzo y constancia, extensivas felicitaciones.
Gracias por siempre.

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