Tuve la bendita oportunidad de dialogar con un personaje muy conocido de Matamoros, un sastre a quien prácticamente ha acudido la inmensa mayoría de varones y amas de casa para arreglar una infinita cantidad de prendas de vestir, desde pantalones, trajes sastres y cualquier pieza del guardarropa, no solo de nuestra ciudad sino allende nuestras fronteras.
SanJosé Rodríguez Calixtro, alias Costuritas, quien compartió conmigo un velo de anécdotas de su infancia, abundantemente impregnadas de incertidumbre, con una historia que emociona pues se presenta dramáticamente cuando un hombre como Costuritas, permíteme sesudo lector llamarlo un héroe, un genio, se encuentra en pugna en su niñez con el mundo que lo rodea, el cual se muestra como demasiado estrecho, demasiado hostil hacia la innata misión a que aquel viene destinado y que hoy ubicamos como uno de los mejores sastres de la región.
Nació en una ranchería de nombre Tamasopo en la Huasteca Potosina el 3 de junio de 1949. Hijo de Florentino Rodríguez Olmos y Leodegaria Calixtro Acuña, fue el octavo hijo de quince, cuatro mujeres y once varones, con una característica de familia muy peculiar, nunca vivieron juntos. No existe una foto familiar de toda esta prole. La única foto que se alcanzó a tomar es una donde solo salen nueve miembros, los más chicos, porque los grandes con tal de quitarse el yugo del padre, que por cierto no sale en la foto, ya habían volado.
Don Florentino Rodríguez fue un terrateniente en San Luis Potosí, no era precisamente un machista, pero se desempeñaba bajo las reglas de un firme patriarcado y muy al estilo de la época, así como tenía ganado, tenía también muchas mujeres y muchos hijos.
Leodegaria, la madre de nuestro personaje, era quien se encargaba de los hijos pequeños pues el padre estaba muy ocupado en las labores del campo. Ella tenía que hacer de comer a todos los peones de su esposo, quien quería hijos varones para la labor del campo y ella quería hijas mujeres para la labor de la casa. Estas posturas entre marido y mujer propiciaron un pleito doméstico de enormes dimensiones. Pero la infancia de Costuritas no fue cerca de su papá ni de su mamá. Fue una etapa que confrontó prácticamente solo, con una madre de quien más que afecto tuvo autoridad severa. Una mujer muy dura, cuya severidad le permitió abrirse puertas en la vida.
A la edad de cuatro años de Costuritas, su madre Leodegaria confrontó a su padre Florentino a razón de tan extenuante trabajo, pues llegó un momento que le pareció excesivo y le dijo:
-No puedo con tanto trabajo, o atiendo a tus hijos o a los empleados.
Don Florentino, haciendo una mueca escéptica y con un ademán imperativo, casi machista, le respondió:
- ¡Tú te quedas y atiendes todo!
Después de esta respuesta lacónica, fría e insensible ella se quedó viéndolo callada, lo estudió con fijeza, una mirada larga y valorativa, le pareció que su argumento no era compatible con el sentido común y en lo más recóndito de su alma tomo una decisión que no compartió con él en ese momento, se iría a vivir con los hijos más pequeños a Xicoténcatl, Tamaulipas.
El día escogido para marcharse llegó y junto con su hermana, tía suya, se fueron de la ranchería de Tamasopo al ejido Aguaguena, y estando ahí alguien les dijo que lo mejor sería irse por tren a los ingenios azucareros de Xico, pero Costuritas de cuatro años se quedó, o más bien, fue dejado con su papá.
A los pocos días su hermano mayor decide ir por los menores para llevarlos con su mamá, y sin que su padre, Don Florentino, se diera cuenta, una noche se los robó a los cuatro menores y se los llevó, cada quien en un caballo, por el mismo trayecto que Doña Leodegaria había hecho días antes, para lo cual se requería más de un día de desplazamiento, no sin antes advertirles:
-Y no se duerman porque si se caen se los lleva la fregada en el voladero.
Querido y dilecto lector, fue toda una noche a caballo y al final del viaje los chiquillos se reencontraron con su madre en Xicoténcatl, un cambio de residencia que trajo en la mente de Costuritas un mejor nivel de vida, ya que ahí podía ver los movimientos del ferrocarril y de los aviones que fumigaban los campos azucareros.
Ya en Tamaulipas, junto con sus hermanos, estuvieron forjados y templados en la cultura del trabajo arduo y bien hecho. La obligación de trabajar la tuvo desde su más remota infancia para ayudar en el sustento diario, tales como hacer mandados, cargar leña, cargar agua y en medio de esas obligaciones sembradas tempranamente en su etapa pueril, pudo ingresar en 1955 en la primaria “Artículo 123, profesor Moisés Sáenz”. Esta historia continuará.
El tiempo hablará.