La vida ha sido tan generosa conmigo que me ha permitido tener frente a mí a tres personajes de Matamoros, que puedo catalogar de inmensos y de ejemplares. Ellos son José Luis Caudillo, Jesús Raymundo Rico Mejía y Jesús Salvador Segura Villalobos. Los tres pueden ser catalogados de discapacitados. Los dos primeros con discapacidad motora y el último con discapacidad visual, ósea ciego.
Los tres estuvieron en La Mesa de Vallevisión con la intención de dar a conocer a la generosa audiencia de la región cómo es el mundo que les tocó vivir en lo que podemos catalogar como una obvia adversidad por su afectación física con la que tienen que desempeñarse en lo cotidiano de su vida.
A pesar de la discapacidad en su cuerpo, ellos son un ejemplo positivo pues en su mente para nada que son unos discapacitados. A los tres los vi ejerciendo la competencia inherente que implica una carrera de 5K, dos de ellos en silla de ruedas y Jesús Segura, ciego, desplazándose guiado por una persona.
Verlos me inspiro. Y quise hacer el ruido necesario para que el mayor número de personas supiera, sin que esto parezca retórica vacía, que a pesar de las adversidades, con ese ejercicio humano llamado Voluntad (Con mayúscula) se puede salir adelante y que podemos secundar aquel aforismo tan socorrido en esta columna del súper dotado francés Honorato de Balzac, cuando dice que, aun en el fondo del abismo salen las flores.
Me quedo gratamente sorprendido al ser testigo de estos seres humanos que Dios y la vida me han permitido conocer, quienes no se dejan inmovilizar por la circunstancia que les ha tocado vivir; Jesús Segura y Jesús Rico con una discapacidad congénita y José Luis Caudillo con una discapacidad adquirida.
Los tres te contagian de su anhelo por vivir y por tener una vida larga, atareada, y tan intensa que les permite hacer casi todo y ser casi todo: valientes, apasionados, castos, soberbios, los tres trabajan, humildes, optimista, amados, populares y exitosos.
Su perfil nos muestra a tres hombres inteligente con la boca apuntando una sonrisa y con la mirada melancólica y fija en un futuro que les permita, con su ejemplo, hacer voltear a quienes pueden ayudarlos, no con la vulgaridad existencial de regalarles algo que los haga inútiles, sino con la magnánima y generosa posibilidad de un trabajo que los dignifique. Esta última razon para entusiasmarnos como ciudadanos e intentar apoyarlos.
Mucho han batallado pero han salido adelante, en medio de una sociedad que en su rutina diaria los devora con su insensibilidad de muchas formas, la más simple, estacionándose en los lugares exclusivos para ellos, y ya no se diga ante una infraestructura urbana que a veces es hasta cruel con ellos al no poner rampas o no considerar en su arquitectura la eventual existencia de ellos, los discapacitados.
Los observo y pienso que ellos son una breve alegoría de la reiterada historia de la humanidad. Para ti y para mi apreciado lector vivir no es fácil; para nadie lo es. Para ellos es lo doble de difícil. Sin embargo son un digno ejemplo de la comunidad discapacitada aun para quienes no lo somos.
Querido y dilecto lector, aquí hay enseñanza para el que quiera, perdóname por ser reiterativo, pero los tres trabajan y los tres hacen deporte a pesar de tener razones justificadas para no hacer ni una ni otra cosa. Seguro que hay otros más de su estirpe que los dignifique pero yo los conocí a ellos y creo justo y aportativo para la comunidad darlos a conocer.
El pesimismo es un tipo de muerte anticipada, y ellos no se dejan atrapar por él. Conocerlos ha sido para mí una experiencia emocionante. Los veo con admiración, pero, sobre todo, con el inmenso orgullo de saber que unos seres humanos, es decir: alguien de mi estirpe, pero con un trayecto más pesado que el mío, han podido escalar su universo con tan intrépida y apasionada inteligencia.
Admiro también su ironía con la que sazonan su discapacidad. Para ellos ser irónico es la última dignidad de los humanos. La ironía es esa facultad de ciertos seres que, por una parte, están perfectamente dotados para comprender cabalmente la esencial condición trágica del ser humano y, por la otra, tienen la elegante valentía de, frente a lo trágico, esbozar una sonrisa sabia, firme y estoica. Mil veces mejor la ironía, que la queja permanente.
Un maestro de la ironía fue Borges. Leyendo estaba cuando se quedó ciego. ¿Qué hizo Borges? Se puso a pensar y después de haber pensado, dictó el hermoso poema titulado “Poema de los dones’’ cuya primer estrofa dice así: “Nadie rebaje a lágrima o reproche /esta declaración de la maestría/ de Dios que, con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche’’… Ni llanto, ni reclamaciones; sólo la certificación de que Dios es un magnífico humorista.
Tres minusválidos que me han hecho entender que el significado de la vida es mucho más profunda de lo que nuestros sentidos pueden percibir.
El tiempo hablará.