La noche del 18 de agosto del 2003 en un cuarto del segundo piso en el Hospital Guadalupe en Matamoros, mi padre lograba una sustancial mejoría y tuvo la dicha de recibir la visita de todos sus hijos, sus nueras y sus nietos. El animo era de satisfacción pues después de varios días hospitalizado el doctor que lo atendía dio la orden de alta para el día siguiente. Nos despedimos con alegría pues la expectativa inmediata era que tendríamos a nuestro padre más tiempo con nosotros.
Acordamos ir a cenar a su casa la noche siguiente para celebrar su regreso. Eso ya no sucedería.
La hora de visita se terminó y en el cuarto solo quedaron mi padre y mi madre, ella acompañándolo como siempre, su fiel escudera, su compañera de vida. El cuarto del hospital era reducido y no había espacio para dos camas, mi madre puso un tendido en el suelo y lo acompañaría en el sueño de esa noche.
Una vez que todos sus hijos se fueron ella le dijo como siempre le decía: “Mi vida, que bueno que te mejoraste, sin ti no podría vivir” Mi padre le contesto con ese aire de broma muy característico de él: “Ay cosas, no seas exagerada, mala yerba nunca muere” Ella, que siempre lo defendía contra viento y marea le respondió: “Tu no eres mala yerba, eres el amor de mi vida y antes de que nos durmamos vamos a hacer una oración”
Mi padre no era muy bueno para las oraciones religiosas, tenía un patrón de letanía que cada que la decía en actitud de oración, quienes lo escuchábamos podíamos memorizar lo que iba a decir y nunca se salía del guion. Mi madre era mas sentida y espontanea en sus diálogos con Dios. Seguro que esa noche ya con las luces apagadas en su oración dio gracias a Dios por la mejoría de mi padre y al terminar se aseguro que estuviera bien tapado y le dio su beso de trompita y se inclino para acostarse en el tendido que había puesto en el suelo.
Ella recordó esa noche una de sus tantas cartas de amor que él le escribió cuando le decía «Chulita» o «Nenita» sobre todo aquella que él le escribió de Sombrerete, Zacatecas el 17 de agosto de 1951 que a la letra decía: «Nenita: quiero que me digas por qué sería que al llegar a Durango me sentí muy emocionado. Yo creo que es porque de allí es mi amor. ¿Y tú?» Hasta ahí la cita.
Jamás imaginaron que era la última oración que compartirían y el último beso que se iban a dar después de 49 años de casados.
Esa noche del 19 de agosto del 2003 cuando todos sus hijos dormían en sus respectivas casas, a las 3:00 AM mi padre cerró sus ojos a esta vida mientras dormía. Poco después a las 3:30 AM yo recibí una llamada de mi hermano Guillermo a quien le dije: “Hola” “Nacho, mi papa ya se fue, vente al hospital”. A mi mente vino en una fracción de segundo una cascada de recuerdos de toda la vida que me vinculaban con mi padre. Entré en un estado semi catatónico por la nueva realidad y fui al encuentro de mi padre ya sin vida. Allí aquel gran marco estaba en el calor de la muerte; la gran mente de mi padre se preparaba, sin duda a su propio modo, para la vista de Dios
Cuando mi padre falleció yo aún tenia el cabello negro y hoy, como diría Gardel, “las nieves del tiempo han plateado mi sien…lo busco y lo nombro y vivo con mi alma aferrada a un dulce recuerdo que hoy lloró otra vez”. Pido a Alexa “La fortuna de mi corazón” de Ana Salazar y me pone “Volver” esa que dice que veinte años no es nada, los mismos veinte años que tiene mi padre de haberse ido.
El ingeniero era un hombre que no estaba exento de humor y en quien mi madre confiaba cuando los problemas parecían insolubles, decía que mi padre era un hombre de singularísimas dotes para resolver los problemas complicados y en esa mecánica de las ideas hoy puedo ver que no solo mi madre descansaba en él sino todos sus hijos; mi padre era una cobija que nos alcanzaba a todos.
Nos dio una casa en la calle de las cuatro tiendas del barrio y en mi infancia ese hombre era para mí como un principio eterno del universo, no podía ser de otra forma pues todos los espacios de seguridad en mi mente los llenaba él con creces. Nunca se me perdió por entre el laberinto de los múltiples episodios familiares de nuestra vida cotidiana. Mi padre me sembró la idea de que para todos los problemas siempre hay una solución, solo hay que buscarla, mente de ingeniero.
En una ocasión cuando los achaques de los años comenzaban a ser mas seguidos en su salud tuve la osadía de preguntarle, quizá sin pensar: “¿Qué te esta pasando papá?” me miro con esa actitud de “escucha lo que voy a decirte porque es escuela de vida” y me dijo: “Me esta pasando la vida”.
Pero también hubo una infancia donde quedaron recuerdos.
Querido y dilecto lector, en esa infancia yo concebía el mundo pletórico de seguridad, como un coloquio ininterrumpido entre mi padre y yo, incluyendo a mis hermanos. Mi vida con mi familia a la que llegué por mi padre era como un organismo dividido en partes y funciones a lo largo del camino, como un libro dividido en capítulos y en todos ellos esta mi padre y hoy a veinte años de su partida lo sigo amando y recordando como se lo merece. Te amo papi.
El tiempo Hablará.