Tal cual la parábola del ángel caído representa la maldad de que somos capaces los seres humanos, el relato arquetípico del héroe o la heroína ilustra la grandeza de alma y el crecimiento espiritual de cada individuo. Ambos, maldad y heroísmo, son actos sociales. Pueden llevarse a cabo en solitario, pero siempre van dirigidos a los otros.
Podemos ser héroes esporádicos e impulsivos, es decir, actuar sin pensar en favor de otros cuando una situación de peligro o desastre así nos lo imponga; o quedarnos paralizados. Podemos elegir una profesión que nos permita actuar heroicamente con frecuencia, como policía, bombero, rescatista, etc., u optar por otra que nos mantenga alejados y a salvo de cualquier riesgo de heroicidad.
Pero en ninguno de estos polos seremos más o menos héroes sino en la medida en que las circunstancias nos lo exijan o nos lo permitan. Y esto no tendría problema si no es porque nuestra especie y el mundo requieren, para preservarse y evolucionar, una heroicidad periódica, que nos llevará necesariamente a emprender un viaje interior hacia nuestro infierno personal, en el que nos enfrentaremos a la mismísima o mismísimo gobernante de nuestra oscuridad: el miedo, que todo lo controla si no lo vemos a la cara.
Pero vayamos al periplo en orden. Empecemos por el principio. No tema, puede decidir en cualquier etapa del camino abandonar y retornar al punto de partida para quedarse tal como empezó. El recorrido debe hacerse completo (múltiples veces) para avanzar en conciencia y conexión con nosotros mismos, o sea, alcanzar la paz y la tranquilidad, y con ellas y por ellas, la seguridad y la felicidad.
Hay una llamada a la aventura, una oportunidad, un nuevo amor, otro trabajo; o se presenta un problema, cualquier tipo de adversidad, una emergencia, una pérdida. Usted puede decidir —y generalmente no sabe que lo hace—, emprender el viaje del aprendizaje accidentado o permanecer en su zona de confort, para lo cual se autoboicoteará y culpará a los demás.
Aquí se queda la mayoría. Ni siquiera comienza. Tiene miedo al compromiso y huye o es infiel; teme el éxito porque no quiere responsabilidades y entra en conflicto con sus compañeros de trabajo; encuentra siempre obstáculos para emprender negocios, viajes, estudios, proyectos o nuevas actividades en general.
Si ha identificado a alguien así (y lo habrá hecho porque, como he dicho, se trata de la mayoría) está frente a una persona que vive solamente impulsada por el piloto automático. No sabe en realidad quién es ni quiere saberlo. Toma etiquetas convencionales y se las coloca para darse una falsa identidad que, por supuesto, cree que es la verdadera. En esa etiqueta verá usted una lista de cualidades y las instrucciones para prevenir un daño, pero el producto se comportará de forma di ferente, puede ser que incluso totalmente opuesta. Esto se llama incongruencia y es resultado de negarse a emprender el camino del crecimiento.
Si descubrir esto en otros le choca, es que le checa, en cuyo caso, revísese. Cualquier momento de la vida es bueno y oportuno para comenzar a crecer, sin importar cuántos errores hemos cometido, cuántas culpas cargamos y qué tan “imperdonable” sea lo que hemos hecho. La mano divina siempre está para tomarnos y llevarnos por donde forzosamente habremos de pasar para comprenderla y merecerla cada vez más, y eso incluirá, por supuesto, pagar los costos de nuestras decisiones y acciones, lo cual no será tan terrible como pensamos; antes bien, liberador.
Lo primero, pues, es identificar el llamado del héroe, que generalmente consiste en aceptar que no tenemos más remedio que emprender el camino, porque la primera vez que se hace no se elige.
Lo llevaré semana a semana por ese camino, si me lo permite. Iremos a Oz.
(Militante del PRI)
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