La costumbre nacional es darle un sentido familiar a los domingos.
Este día, la mayoría nos levantamos un poco más tarde de lo usual. Nos vestimos despacio sin la prisa de los días entre semana. En el desayuno y comida rompemos la dieta e ingerimos alimentos con alto contenido de carbohidratos.
Para nuestra fortuna, descansamos de ver acontecimientos violentos o desastrosos porque los noticieros televisivos son escasos.
Aun así, con gusto nos preparamos para convivir en familia.
Mientras me alisto para salir a caminar, aún no me repongo de haberme convertido en una estadística más de los robos a casa habitación en la delegación Benito Juárez en la nueva Ciudad de México.
Al comentar con amigos que han residido en esta ciudad toda su vida, me dicen que esta delegación es la número uno en este tipo de delitos.
También me dicen que en esta metrópoli existe el Mando Único en materia de seguridad pública, o sea, que los jefes delegaciones no mandan en las fuerzas del orden público y que es el pretexto que utilizan para desmarcarse de la responsabilidad de cuidar su demarcación.
La mayoría de los habitantes de esta ciudad saben que este desorden lo dejó el tal Miguel Ángel Mancera antes de irse a promover al candidato del PAN, a la presidencia de la república, mientras que él fue postulado por el PRD para dicho cargo.
Me apena aceptarlo, pero me acordé de la progenitora de este señor que prefirió irse de candidato al Senado de la República por la vía plurinominal, a cumplir con la responsabilidad para la que fue electo.
Creo que prefirió contender por esa vía que someterse al escrutinio público, porque de seguro pensó y acertó que estaría condenado a perder.
También le dirigí una parte de mis remembranzas a Marcelo Ebrard por haberle heredado el alto cargo de Jefe de Gobierno de esta enorme ciudad.
Pero en fin, es terrible entrar al hogar y ver el desorden que los ladrones dejan cuando hurgan por todos lados. En verdad, uno se siente profanado en su dignidad al hacer el recuento de lo que se llevaron.
Duele se hayan robado la lap top que aún le debo al banco por haberla sacado a meses sin intereses, mis lentes para atajar el sol y otras cosas de cierto valor que los amantes de lo ajeno se llevaron.
Luego, viene la disyuntiva de decidir si se levanta una denuncia ante el ministerio público. Después de un buen rato, decido lo que la mayoría de la gente hace: no denunciar.
¿Para qué?, me pregunto resignado.
Ya cansado de poner todo como estaba, n la noche veo el debate y concluyo lo siguiente:
Andrés Manuel: le dio por tomar la crítica de Anaya con buen humor y destacó eso de cuidarse la cartera cuando se le acercó. No pudo dar respuestas claras a las preguntas de los moderadores ni articular sus propuestas. Si el debate fuera un concurso de simpatías, lo hubiera ganado.
Meade: llegó más seguro que en el primer debate, dominó el escenario y expuso sus propuestas con precisión. Salió bien librado de los fuertes cuestionamientos de los moderadores. Se le vio con mejor perfil de estadista que los demás.
Anaya: se preparó para atacar a Andrés Manuel y a eso se dedicó. Habló bien, pero su sonrisa cínica le impide transmitir autenticidad. Perdió tiempo en caminar de un lado al otro con tal de hacerse notar. Sus propuestas se diluyeron por el espectáculo que armó.
El Bronco: sin comentarios.
Los comentadores: trataron con mesura a Andrés Manuel y fueron más exigentes y rudos con los demás. Se equivocaron varias veces, pero se entiende porque nadie es perfecto.
Apenas terminó el debate, me quedé dormido.