Es de todos conocido que los grandes pensadores de todos los tiempos nos han legado escritos donde nos comparten su sabiduría. Muchos de ellos fueron seres humanos de excepción que han trascendido la historia y se han constituido en referentes para soportar algunos enunciados.
De esta manera, interpretando al Florentino, Nicolás Maquiavelo, en su tratado El Príncipe, es propicio destacar que este personaje nos heredó varios enunciados para aplicar en la política.
Uno de ellos es la importancia de valorar el momento y su trascendencia en lo político.
Otro es la capacidad de medir los tiempos para tomar determinada decisión, y saber actuar cuando las circunstancias lo ameritan.
Bajo estas tres premisas, el tema que predomina en la agenda pública es la salida de Enrique Ochoa Reza de la dirigencia del CEN del PRI, considerando que no es usual que se ejecuten cambios de esta naturaleza en medio de una elección presidencial.
Vaya que contrae el racionamiento lógico.
Volviendo al Italiano, habría que valorar qué tipo de política se utilizó para la remoción de Ochoa.
¿Se utilizó lo que Maquiavelo rechazó como la pequeña política que se constituye a base de las acciones burdas, llenas de intrigas, viles y calumniosas, que a la larga resulta evanescente?
¿ O se recurrió a lo que el autor del El príncipe interpretó como alta política, que tiene que ver con el ejercicio del poder para mantener el orden, la formación de nuevos Estados e incluso con la preservación del mandato y que al final resulta trascendente.
Pero al margen de las dos apreciaciones, el gran dilema que se fue formando resultó sobre la eficacia del dirigente, misma que puso en la mesa de la discusión su inhabilidad para entenderse con las bases del partido y con las cúpulas grupales que pululan alrededor del PRI.
Poco a poco se aceptó que Ochoa demostraba poco talento político, tan imprescindible en estos momentos.
La inmensa mayoría de los analistas y políticos de carrera aceptan que el costo de conservarlo en el cargo fue demasiado alto para todos: desde el candidato, el PRI y el proyecto de continuidad, que sin duda resulta legítimo.
La disyuntiva ahora es valorar la capacidad de reacción de René Juárez Cisneros en el control de daños.
Sin duda, que tiene todo para hacer un buen papel, toda vez que su arribo a la presidencia del PRI fue consensuado con el círculo rojo del candidato y, ¿por qué no? del mismo presidente de la república como miembro distinguido del PRI.
Levantar la moral de la militancia, ejercer una política de inclusión recalcitrante y reforzar la organización de las estructuras, es la gran responsabilidad del nuevo líder.
De cómo llegó y quién lo impulsó a ese cargo ya es irrelevante porque la verdad, tiene el tiempo encima.
Ahora bien, dicen que: “Más vale tarde que nunca”…
Que no es lo mismo que plantearse la interrogante: ¿Más vale tarde, que nunca?
La primera expresión es de resignación,
La segunda es dubitativa.
Pero para bien del proyecto priista, ojalá el cambio no haya sido demasiado tarde.