El mundo y sus mentiras me tienen sin cuidado. Honorato de Balzac.
Después del primer año del sexenio de nuestro presidente López Obrador, es importante puntualizar algunos aspectos que como ciudadano observo de su mandato. El Presidente podrá decir que soy muy metiche, y si, lo soy.
Sus mañaneras son el prólogo turbulento de cada día. En mis letanías del Padrenuestro ya incluyo “La mañanera de cada día dánosla hoy”. Lo cierto es que ante los hechos evidentes de la economía y la cuestión de inseguridad las ilusiones de la 4T se topan con las realidades de nuestro adorado y amado México, y si en este rubro como nación jugamos con la vida, más tarde la vida jugará con nosotros, sino es que ya tiene tiempo que lo hace.
Somos un país orográficamente hermoso, entendiendo la belleza como ese raro privilegio que solo Dios otorga. En nuestro caso, ante nuestra evidencia esa belleza resulta una vanidad infortunada.
En la época del presidente Migue Alemán, en el periodismo el buen gusto consistía en saber las cosas que se debían callar y las que se podían decir. Ruiz Cortines decía que quien habla demasiado es que tira a engañarte. Enigma indescifrable. Luego no sabe uno cuanta gente anda por ahí con una gran necesidad de reconciliarse con su existencia.
En esta conmemoración del primer año de AMLO, la verdad es que me gana el nacionalismo a ultranza, y ando por ahí con el instinto de las cosas sublimes que se cree uno defensor de la patria o asesor indispensable del presidente y entonces me fluyen las palabras, no por denostarlo, sino porque me creo eso de ser pueblo bueno.
Espero que no le abramos el camino a la debilidad de los superiores y a la fuerza ciega de las masas.
Podemos concluir que nos encontramos entre dos sistemas: o construimos el Estado sobre la base de una nación única y unida o sobre la del interés personal, democracia o aristocracia invertida, discusión u obediencia; he aquí en pocas palabras la cuestión.
Cada animal posee su instinto y el del mexicano es el espíritu de su familia. Una nación es fuerte cuando se compone de familias correctamente coordinadas, aun en medio de las adversidades o un divorcio; y cuyos miembros están interesados en la defensa de la común riqueza ya sea en dinero, gloria, privilegios y goces, y es débil cuando se compone de individuos carentes de solidaridad, a lo que los mismos les da obedecer cualquier situación con tal que no les toquen a sus tierras, y ese desdichado egoísta no ve que un día se las quitaran.
Si AMLO nos queda rotundamente mal, iremos a un estado de cosas horribles, en caso de fiasco. No habrá más que leyes penales o fiscales, la bolsa o la vida. Si antes podía elegirse a un hombre entre mil; luego no se podrá encontrar nada en tres millones de ambiciones semejantes, vestidas con la misma ropa, la ropa de la medianía. Un buen Estado es como un buen amor, vive de contrastes.
Por el bien de México AMLO debe dirigir sus discursos, más que al corazón o a la imaginación, a la razón de los mexicanos, esa razón que exaltaba en todo el genial escritor Baruk Spinoza. Se trata de entender no solo el mecanismo de la lengua española, sino también del pensamiento humano, particularmente del mexicano.
En ese tenor quien quiere el fin quiere los medios y debemos dar ejemplo a todos. Que durante los discursos del presidente brille su espíritu para todos los ciudadanos mexicanos, no solo para su grey morenista, lo mismo que un faro a la orilla del mar brilla para todos sin perjuicio de nadie. Y de esa forma hacer alarde de su elocuencia.
Una vez entendido esto sus defectos como hombre de Estado, provendrán de la misma amplitud de sus ideas que estarán por encima de su tiempo. Solo entonces podremos verlo todos adelantándose a su época. Lleno de esas delicadas atenciones que se le deben a las minorías, así sean conservadores o liberales. Intentar ser bueno con todos los mexicanos, indígenas y mestizos, pero sin entregarse fácilmente a nadie; esperando que considere harto grave esa cuestión como para no tomarla a juego como una herramienta para atosigar a la oposición.
Que asimile pronto lo alto que como oposición remontó el vuelo, a caer en el pantano de la realidad económica y de la inseguridad, y espero que eleve nuestra vocación de mexicanos a la altura de nuestros destinos.
Querido y dilecto lector, en un remoto caso, si no viene a nosotros la democracia, hagamos como Mahoma con su montaña, pues en la democracia como en la vida existen dos amores, el que manda y el que obedece.
Encuentro el placer que me proporciona como presidente, muy por debajo de las emociones que entonces experimentaba. ¿Pasará lo mismo con todos nuestros placeres? ¿Será mejor diferirlos que gozarlos? ¿Valdrá más la esperanza que la posesión? ¿Habrán los 30 millones de electores extendido demasiado los sentimientos, desarrollando excesivamente las fuerzas de su imaginación? Instantes hay en que esta idea me deja helado.
El tiempo hablará.