Dos palabras que nos pueden parecer el mismo significado pero que al definirlas podemos traer a nuestra mente cierta luz que nos amplíe el panorama ante la forma como se han venido haciendo las cosas en nuestro estado en forma inveterada por muchos sexenios atrás y después de ver que en el ocaso de su mandato no hay un ánimo generalizado de aprobación para con el gobierno de Cabeza de Vaca, salvo sus incondicionales o los corifeos que nunca faltan.
Los tamaulipecos hemos venido aceptando una autoridad sin límites ni pudor en la persona de quienes han sido gobernadores, los dejamos que hagan y deshagan simplemente porque son gobernadores, a pesar de que hay leyes que les ponen límites. Asumimos en nuestra cultura que criticar es agredir y cuando el jefe del ejecutivo hace algo que amerita una crítica se interpreta como algo personal y no como una aportación constructiva.
¿Qué le falta a nuestras leyes para que los errores en el ejercicio del poder de Cavazos Lerma no se repitieran con Tomas Yarrington, y Eugenio no repitiera los de Tomas, y Egidio no repitiera los de Eugenio, y que Cabeza de Vaca no fuera la suma de todos ellos? Históricos ejercicios del poder que muchas veces les concedieron a ciertas personas poderes de facto no regulados por la ley y que los hemos venido aceptando simplemente como una concesión meta constitucional de todos ellos, porque son gobernadores.
Es la tradición que hace un círculo vicioso que aparentemente no tiene fin. Tradición mas no arquetipo, definiendo este concepto como el modelo original que sirve como pauta para imitarlo, reproducirlo o copiarlo, o prototipo ideal que sirve como ejemplo de perfección de algo. Esto nos lleva a la pregunta obligada si en algún momento de nuestra historia ha existido ese gobernador con un ejercicio del poder tan perfecto que lo podemos denominar como arquetipo.
Ya no queremos personajes sin puesto dentro de la estructura de gobierno con poderes omnímodos originados en vínculos de consanguinidad familiar que los funcionarios formales, secretarios o directores de área, tengan que obedecer como si fueran el mismo gobernador pero interpósita persona. Eso ha dañado mucho a los tamaulipecos y le ha dado al ejercicio del poder de cada gobernador una definición que no debe tener.
Querido y dilecto lector, todo este planteamiento viene a colación porque si estamos por iniciar un cambio en Tamaulipas, queremos hacer un resumen de todo lo que no nos haya gustado de los anteriores gobernadores, incluyendo el actual, para plantearlo a los futuros candidatos y que no se repitan aquellas formas que han sido un lastre y una maldición inexorable, simplemente porque no los comprometimos como candidatos.
En política electoral hay que saber vender, hay que poder vender y hay que vender, son las tres caras del mismo problema. Pero esto no es solo en una sola dirección, más bien debe ser en dos vías.
Por ejemplo, en un asomo crítico a los vientos de cambio encontramos en muchos funcionarios a esos personajes cuyo talento solo fue su cercanía, que han vivido a fondo la apresurada evolución de la historia tamaulipeca desde la alternancia que llegó en el 2016, y muchos con verdadero talento fueron olímpicamente excluidos, secretarias que fueron malbaratadas por la mediocracia; en un poder controlado por los mediocres, cualquier atisbo de inteligencia y de honradez tiende a desaparecer de la vida pública, y es entonces hecha de intereses creados. Ya no queremos que eso se repite en Tamaulipas.
Esto deja en la clase política tamaulipeca con verdadero talento un poso de amargura que los lleva a calificar a los vientos de cambio como lo haría una novela clásica rusa, un infierno, un abismo de iniquidades, de mentiras y de traiciones. De tal forma que esos combates innobles desencantan el alma de cualquier bien intencionado y depravan el corazón de los que están adentro, pues el esfuerzo de sus miembros sirve a menudo para hacer coronar a un hombre al que no admiran, un talento secundario presentado a su pesar como un genio.
Aprovechemos para decir a los candidatos que ya no queremos en Tamaulipas que bajo el síndrome de la política familiar sin talento se reduzcan las posibilidades de los buenos tamaulipecos para que su pensamiento político no quede truncado. Eso es lo que hace que el ciudadano común vea la vida política como un rosario de trampas, de traiciones, de egos inmensos que, desde fuera, pueden convertirse en materiales para una tragicomedia que haría reír si quienes deciden en nuestro Estado no estuvieran jugando con el futuro de una generación de tamaulipecos.
Ya no funcionan los pequeños dioses porque no crean culturas de alta confianza, ahora hay que aprender a llegar a las inteligencias latentes de las personas, eso es ser una figura de transición. Trabajemos desde ya con análisis de consecuencias alternativas y de esa forma podremos elegir las acciones pero también elegiremos las consecuencias.
El tiempo hablará.