El jonrón de ayer no gana el partido de hoy. Babe Ruth.
Llevo muchas columnas abordando el tema de la política, hoy es uno de esos días, apreciado lector, en que te invito a que no leas la presente columna. Si estás enganchado con la política, o lampareado como venado con las mañaneras del presidente López Obrador y lo tuyo es la lectura anhelante de ese tipo de temas, hoy no es el día. Cámbiale de rumbo a tu lectura. Sobre aviso no hay engaño.
Hoy te voy a contar una parte de mi historia pueril, es decir de la infancia; compartiré contigo mi vínculo personal con la Serie Mundial de béisbol, la cual tiene un alto contenido emotivo por evocar tiempos gratos en el pasado, de esos tiempos en que podemos decir que éramos felices y no lo sabíamos.
Los gratos recuerdos juegan un papel preponderante en la neurociencia. Nos permiten una grata secreción saludable de dopamina que nos estimula la actitud para ver la vida con cierto placer y gusto; amén de que nos pavimenta el camino existencial para gozar de una salud más que aceptable. Recordar es volver a vivir, y ciertas y muy particulares situaciones detonan en cascada una serie de vivencias que parecían olvidadas y más bien estaban muy bien guardadas en la memoria.
No soy muy versado en el béisbol. De hecho jamás he estado en un estadio donde se juegue este deporte como negocio. En mi infancia hubo un intento truncado para jugar, pero quedó solo en eso. Tuve muchos amigos verdaderamente diestros en el uso del guante, la pelota y el bate. Cuando los veía jugar, eran para mí, cucharaditas de ubicatex, las cuales me hacían entender que lo mejor era intentar estructurar mi ocio por otro rumbo del deporte.
La primera final que rescato en mi memoria se remonta a mis diez años de edad en 1975, en la que compitieron por el galardón máximo los equipos de Cincinnati vs Boston, instigado por un compañero del salón de 5º grado de primaria en la Miguel Sáenz González, por cierto, muy bueno para el béisbol, su nombre Jorge Mora Solalinde, creo que era tradición familiar porque también su hermano Sergio tenía talento para este deporte, me parece que su equipo en aquel entonces se llamaba Burton Auto Supply.
En aquel entonces el nombre de Pete Rose cobró fama particular. El recuerdo que me queda es que ese año me metí tanto en la Serie Mundial de un deporte que no entendía del todo. Hoy pienso que lo hice como un intento de aceptación por parte de mis amigos. Desde entonces entendí que el campeón sería el primero de los equipos que ganara cuatro de siete juegos.
En aquel lejano otoño de 1975 recuerdo que estos dos equipos jugaron los siete juegos. Fue trepidante porque dos de los juegos se fueron a más de nueve entradas. El juego de diez entradas lo ganó Cincinnati y el juego de doce entradas lo ganó Boston. Al final la serie se la llevó Cincinnati.
Esta serie me dejó fascinado pero mal acostumbrado. Yo esperaba que todas las series subsecuentes fueran del mismo nivel de intensidad y emoción. No fue el caso, al año siguiente, en 1976, ya estaba yo en 6º de primaria, el equipo de Cincinnati volvió a la final pero esta vez contra el equipo tradicionalmente fifí del béisbol, el equivalente al América en el fútbol de México, los Yankees de Nueva York.
Cincinnati ganó dos juegos en su casa y los otros dos en el Bronx y se acabó la serie. La realidad le quedó debiendo a mis expectativas. Mi mente de niño asumió que algo quedó incompleto, desde entonces mi afición por ver la Serie Mundial de béisbol es más bien tangencial. Quizá fueron mis primeras lecciones de que la vida no es como queremos que sea, simplemente es como es y hay que seguir viviendo, no es el fin del mundo.
Querido y dilecto lector, desde entonces supe que en octubre de todos los años ver la serie de otoño de béisbol es amistosamente imperativo, el día de hoy escribo la columna un poco más tarde de lo habitual por la procrastinación a la que me llevo el segundo juego de la serie mundial del conocido como el rey de los deportes y que hoy en día lo promueve mucho el presidente AMLO con todo el peso del poder de la presidencia de la República.
Los competidores, 46 años después de aquella primera serie que me atrapó, son los Astros de Houston contra Bravos de Atlanta. Voy con Houston por la cercanía y porque mi amigo Miguel Guerra trae por ahí una gorra de los Astros pendiente de entregar.
El tiempo hablará.