Coincidencias y Casualidades.

Un amigo mío que se conserva joven en su madurez fue al médico con una serie de estudios para que lo revisara. Me dijo: Jorge, tenemos la edad en la que hay que checarse aunque no haya síntomas de nada. Yo lo escuché con una fruición de novato en su primer día de clases, me sentía ajeno a las eventualidades que puede tener nuestra salud, creo que involuntariamente he desarrollado la teoría de que para mantenerse sano lo mejor es desdeñar las señales de alarma del cuerpo y la mente y estar siempre ocupado. ¡Qué manera de huir! Hasta ahora me ha funcionado.

La pandemia nos ha hecho ver cosas de la vida que sin ella jamás hubiéramos asimilado. Le agradezco infinitamente a mi amiga Lupita Díaz que me halla inducido en el tema de la trofología, esa suma de conocimientos bien intencionados que procuran ayudarnos para no solo comer, sino procurar nutrirnos con lo que comemos. Gracias a ello le pongo más atención al tema de lo que ingiero y meto a mi cuerpo en forma de alimento.

No falta al menos dos veces por semana mi licuado verde hecho con jugo de toronja o agua de coco. Y otros dos días el coctel de fruta dulce con yogurt, y un día el licuado más amargo que he probado en mi vida hecho con tres limones enteros, un trozo de jengibre con miel de abeja, la más pura posible, una taza de agua, licuado, después colado y con toda su amargura adentro de mi cuerpo.

A todo esto le agrego la reducción al máximo de las carnes rojas. Esto último es un verdadero sacrificio, digámoslo con más precisión, todo un suplicio para un carnívoro orgánico como yo. Lo habitual es el pollo, el pescado, el atún y el salmón en todas sus versiones. Mis hijos dicen que es dieta de señor grande, yo con resignación olímpica me veo al espejo y lo ratifico; y con dignidad de guerrero homérico de la Ilíada lo acepto sin rubor, soy un señor grande, espero que con el tiempo también grandioso.

Platicando con mis dos amigos que me regaló la vida después de los cincuentas, Parga y Guerra, llego a la conclusión que la pandemia nos acentúa que los humanos somos criaturas gregarias, que no estamos programados para la soledad, sino para dar y recibir; y que definitivamente no es lo mismo la soledad que estar solo. Uno es un estado de ánimo y lo otro es una circunstancia con un universo de posibilidades infinitas.

Otro punto que nos ilumina la pandemia es valorar la felicidad con facilidad (Irene Vallejo dixet), que tiene que ver con darnos cuenta que somos felices en el momento que lo somos y de esa forma valorar toda vocación hereditaria de veleidad dorada.

La salud es otro punto que vemos diferente, con tanto contagiado, hospitalizado y fallecido, deducimos que la salud no es ya un derecho, sino un bien de consumo que se compra y vende, y lo entendemos nítidamente si nos toca caer en cualquier hospital privado, donde la atención es más mercantil que humana, decirlo no es crítica, es diagnóstico.

Entre vacunados y no vacunados el ser imparcial no es natural, ni es humano. La gente siempre va a querer que sonrías o que frunzas el ceño, pero en el minuto que lo hagas habrás declaro tu posición y escogido a tus opositores. En este punto y en lo político hay gente destruyendo sus familias por encarnar ideas irracionales e indefendibles. La democracia no existe en las familias, es una monarquía donde los que mandan son papá y mamá. Si gusta, bien y si no también.

Dicho sea de paso la monarquía es una llamada de Dios. Es por eso que a los reyes se les corona en una abadía, no en un edificio de gobierno, y por eso son ungidos, no designados. Es un arzobispo quien pone la corona, no un ministro o un servidor público. Es por ello que en su interior, quienes tienen el temperamento de reyes creen que le deben responder a Dios, no al pueblo.

Por eso los hijos son eventualmente aduladores impávidos, porque no se trata de las mayorías ni nada que se someta a votación sino de lo que diga el que manda. Que dictadura tan plena tuvimos mis hermanos y yo. Éramos felices y no lo sabíamos.

Por eso la pandemia debe hacernos los mandados, porque desde muy chavos aprendimos a sobreponernos a la zozobra del amanecer y sin dolor alguno enfrentábamos los azares de la realidad adaptándonos a las incomodidades para hacerlas agradables.

Querido y dilecto lector, ya nada es como en el 2019, y si no nos cuidamos nosotros mismos habremos de pagar la negligencia. Aprendamos a ser felices cuidándonos.

El tiempo hablará.

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