Si tus acciones inspiran a otros a soñar más alto, a aprender más, a hacer más y a convertirse en alguien mejor, entonces tú eres un líder. John Quincy Adams, Sexto presidente de los EU.
El día de ayer lunes, en medio de un frio sonsacador para quedarse en cama con el aluvión de colchas térmicas y el respectivo y suculento café, la compañía ideal cuando las bajas temperaturas nos invaden la existencia; hice un supremo acto de voluntad para salir de mi casa, a media mañana, y me desplacé a la colonia San Ángel poniente, lugar donde me llevé una grata sorpresa. Te la cuenta apreciado lector.
El desplazamiento desde mi casa, en el norte de la ciudad, hasta el lugar citado, podemos decir que fue sustancialmente rutinario, nada extraordinario, incluía lo obvio, calles, banquetas, autos y personas. Digamos que en el trayecto mi mente divagaba en una espesa bruma de lo cotidiano y observaba en la pantalla de mi parabrisas y a todo color la esencia de lo que es nuestra ciudad.
Una grata combinación de un invierno primaveral, es decir frio y asoleado. Para llegar a la colonia citada me dirigí por la avenida Rigo Tovar hasta el trayecto vial conocido como El Sendero que se le conoce también como carretera Anáhuac-Matamoros. En cierto lugar tuve que salir de la carretera y entrar a un camino conocido como Brecha 30, vil terracería, como los caminos de la vida de muchos de nosotros. El pedregoso camino levantaba abundante polvo con el pasar de los automóviles y me pareció que tenía toda la apariencia de camino de rancho.
Después de deambular con todos los sentidos puestos que exige un lugar desconocido, y que veladamente invita a la aventura, en una colonia literalmente periférica, por un camino sin pavimentar, un atisbo de abandono por muchos años; la susodicha Brecha 30 nos llevó a la entrada de la colonia San Ángel poniente a la cual entramos por una calle recientemente pavimentada de nombre Circuito Interior.
Los habitantes de este sector han conocido en estos días la teoría de las compensaciones, pues en medio de una pandemia que pudiéramos catalogar como algo acentuadamente negativo ellos han vivido algo positivo, que quizá para muchos es algo rutinario, las calles de su colonia, después de mucho tiempo hoy están asombrosamente, para ellos, pavimentadas, con la implicación que ello conlleva en el ánimo de los beneficiarios.
Esto me lleva a bote pronto a la afirmación de Napoleón cuando se refería a las obras que beneficiaban a los parisinos: Las grandes obras, agrandan las ideas de los beneficiarios y expanden su inteligencia. No era solo el camino pavimentado perse, sino el grandioso propósito de cambiar vidas para bien. Literalmente pasaron de camino de terracería a camino pavimentado.
Me gusto estar, junto con otros compañeros de la prensa, como testigo de la entrega y del recorrido de las obras concluidas. Los asistentes al evento, en el que el presidente municipal de Matamoros, Mario López, hizo entrega de los trabajos de pavimentación, era un público benévolo, compuesto en su mayoría por miembros de la colonia San Ángel Poniente.
Me puse a observarlos con la avidez del novelista que me habita, tal cual lo hacia el escritor ruso Dostoyevsky cuando paseaba por las calles de Moscú para mirar rostros y absorberlos en su mente, para que después su intermitente memoria y su frenética imaginación hicieran la descripción de lo visto.
Me puse a atisbar, es decir a observar con mucha atención pero también con mucho disimulo para no ofender con la mirada a las personas. Pude atrapar con mi vista a un colono de carácter bonachón y generoso, reía con facilidad y gustaba de la música popular y de la comida abundante y sin ceremonias, según pude verificarlo en el almuerzo que los colonos ofrecieron al alcalde Mario López. No tuve la precaución de preguntarle su nombre. Pero puedo decir que bajo esa apariencia algo coloquial se encontraba un alma refinada y una delicadeza que no sabía traducir en gestos o palabras. Lo salude como debe saludarse hoy, distante pero cálido.
Me dijo con sus pocas palabras, que yo traduzco para ti, sesudo lector, que antes de estas obras a su colonia, sus vecinos y él, andaban cada uno perdidos en sus quemantes abismos, y se negaban con una determinación encomiable a percibir el deterioro de su realidad, de su colonia, empeñados todos en embellecer cada instante con palabras, ante la imposibilidad de hacerlo de otro modo. Oteando el destino. Con una estela de esperanza que perduró muchos días en el aire, confiando en que un día como el de ayer llegaría para ellos.
Querido y dilecto lector, en la frontera entre la realidad y el sueño de los colonos de San Ángel poniente, las calles sin pavimentar quedarán como un recuerdo difuso. Felicidades a todos ellos.
El tiempo hablará.