Se dice que en temporada electoral nadie te va a atender si escribes de otra cosa que no sea el tema del momento, de los partidos, los candidatos y los chismes que de ahí deriven. Hoy correré el riesgo de hablar de cosas nimias que nada tienen que ver con el momento álgido que estamos viviendo, ya habrá tiempo para eso; un hermano mío me dijo que debo dejar que mi subconsciente descanse para no perder la nitidez de mis relatos. Le tomo la palabra pues, que descanse el subconsciente.
Escribir no es solo para premios nobel. Eso me dijo en una ocasión mi madre y quizá sin saberlo me sembró un hábito. En esa ocasión me dijo:
-Puedes escribir acerca de las cosas cotidianas que te suceden.
Yo le respondí:
-¿Y a quién le importan mis cosas cotidianas?
-Si sabes contarlas le van a gustar a todo el mundo; pero si no sabes ver tu entorno ni describirlo mejor olvídate de escribir.
Desde entonces procuro observar hasta los más nimios detalles de cualquiera de los entornos que se me presentan en esta vida; pero me quedó claro que no solo es observar sino saber describir lo observado, eso que pudiéramos verlo tantas veces pero que no alcanzamos a describir con precisión y ecuanimidad para que los lectores lo entiendan fácilmente.
Y es que las ideas nítidas de la vida cotidiana son bastante escurridizas, eso significa que puedes tener la palabra ideal para el momento ideal, pero si no tienes una pluma y papel a la mano los conceptos pensados simplemente se van y ya no vuelven; así de caprichosas y veleidosas son las ideas. Por esta razón entendí el valor de tener siempre a la mano un cuaderno y una pluma, de esa forma las ideas dejan de ser intermitentes y se convierten en arsenal de palabras para ser puntual con lo que se quiere o pretende escribir.
De esa forma, quienes escribimos nos habituamos a llevar y traer noticias, poniéndonos al corriente de los más insignificantes hechos, llegando así a albergar en nuestra cabeza la historia completa de las casas, de los pisos, de la gente del barrio, del rostro hermoso de la mujer que vi ayer sin que ella notara que me quede estático de emoción analizando su belleza que me atrapó, y de todo el vendaval de emociones calladas que ella sin saber ocasionó en mí y que yo no andaba buscando; fue un hallazgo emocional que aunque esencialmente efímero disfrute y lo comenté con mi amigo Parga diciéndole: “Mira que mujer tan hermosa”.
Querido y dilecto lector, ya sin querer te describí un momento cotidiano de mi vida. Le aprendí bien a mi madre. Observar y no tener temor a las palabras, pues recuerdo que en una ocasión en la universidad más que palabras me faltó valor para describir lo cotidiano del momento y mi maestro de literatura me preguntó:
-¿Qué le pasa Chávez? ¿Por qué se quedó callado?
Yo invadido de mi timidez que me acompañaba a todas partes en esa época de mi vida le dije:
-Es que me da pena.
El maestro se me quedó viendo con una sonrisa punzante y con sus modales lentos y plácidos me dijo:
-Mi querido bobalicón, la pena es un sentimiento inútil para la raza humana.
Sus palabras fueron una descarga existencial con desfibrilador. En ese momento se abrió un enorme horizonte ante mi vida pues aprendí dos cosas: el significado de la palabra “bobalicón”, que significa excesivamente ingenuo, y por otro lado entendí la inutilidad de ese sentimiento que nos embarga en muchas ocasiones y que la encontramos muy justificante de nuestras múltiples inacciones. Desde entonces soy un eufórico sin pudor y la pena se me extravió.
Termino la presente columna aterrizando una leve sospecha que te dejaré como banderillas a un toro. Tengo la idea nebulosa no confirmada de que Arturo Diez va a claudicar a favor de El Truko. Te preguntarás apreciado lector en qué baso mi sospecha. Es puro olfato. Solo observo y las palabras fluyen. Seguramente estaré equivocado.
El tiempo hablará.