Costuritas. La llegada a Matamoros. (III)

Acostumbrado en Xicoténcatl con su familia a que uno de los hermanos ponía el nixtamal, otro lo molía y uno más hacía las tortillas y las combinaba con frijoles, esa era su dieta de todos los días, por eso cuando algún buen samaritano les invitaba una comida hecha en casa la consideraban una especial bendición, un manjar de los dioses.

Costuritas recuerda que con sus hermanos Beto, Chano y Mundo, llenaban y trasladaban recipientes de agua de 200 litros por 20 centavos; tenían que hacer muchas vueltas para que el ingreso fuera decoroso. Para no perder el ritmo de la entrada monetaria dos trabajaban por la mañana y en la tarde iban a la escuela y viceversa.

En 1962 a los 13 años, Costuritas terminó una etapa muy importante de la vida, su escuela primaria en la “Articulo 123, Aarón Sáenz”; tiempo en el que sin saberlo todo lo que ahí aprendió: sumar, restar, dividir y multiplicar, así como socializar con diferentes tipos de personas, se convertiría en la universidad de su vida y serían las únicas herramientas que habría mamado para enfrentar su futuro. Un horizonte desconocido, pero ni aún con eso se acalló su interna intranquilidad, tenía ya la semilla sembrada del trabajo y la savia que heredó de su madre, elementos que lo llevarían muy lejos. Cabe señalar que por la necesidad de trabajar no volvería a pisar ninguna institución educativa.

En 1963 a los 14 años, los trabajos que hacía conjuntamente con sus hermanos ya no se los daban a ellos, sino a los parientes de los trabajadores del ingenio azucarero. A esa temprana edad tomó una decisión que cambiaría radicalmente su destino, seducido por el algodón se vino a Matamoros.

En el trayecto recordó su época de niño sin infancia porque la obligación de trabajar se la sembraron desde siempre, los días en que tenía que ir al monte por leña para poder engañar al frío dentro de la casa con el tiritar de unas llamas que no abarcaban todo el espacio, las tortillas de nixtamal con frijoles de todos los días que hacía con sus hermanos, el guisado del domingo que les hacía su mamá; y aquella experiencia cuando fue niño regalado de los 8 a los 10 años porque su madre no podía con todos; de apellidarse Rodríguez Calixtro pasó a Hernández Guerrero, con una familia de músicos que solo lo querían de mozo y que en una ocasión que lo castigaron por haber reprobado 5º año, lo fueron a dejar a un rancho solo, en medio de la soledad se dio cuenta quién era su verdadera familia y simplemente regresó a su piso firme, su familia de siempre, los Rodríguez Calixtro.

Stefan Zweig dice que “el hombre extraordinario, busca sin saberlo un destino extraordinario; su naturaleza, de desmesuradas proporciones está orgánicamente acomodada para vivir de un modo heroico, o en peligro. Según la frase de Nietzsche, desafía al mundo con la audacia de las exigencias propias de su carácter”. Ese fue y es Costuritas.

A Matamoros llegó a vivir a una cartonera cerca del café Cucú en la Av. Lauro Villar; sus primeros trabajos fueron piscando algodón y en las ladrilleras de Joaquín Balderas por el rumbo de Los Pinos. En las piscas recuerda que sus compañeros de trabajo iban más a jugar que a trabajar, su mente era más de adulto que la de ellos, por esta razón ganaba más que todos.

Querido y dilecto lector con el paso del tiempo Costuritas hizo un cambio de domicilio que fue determinante para su vida. Llegó a la calle 9 y Bustamante para irse a vivir con su hermana, cerca de “Los Nonos”, pero también cerca de donde vivían unos sastres que trabajaban en “Trajes Petronio” ubicados en la calle Abasolo entre 7 y 8, vecino de zapaterías Guadalajara, quien a su vez era vecina de “La Canadá”, con quienes todas las tardes jugaba lotería. Esta etapa de su vida fue el inicio de su destino como el sastre exitoso que llegó a ser.

En “Trajes Petronio” comenzó de barrendero, pero en una ocasión le preguntó su jefe:

-¿Qué tal eres para los números?

-Soy el mejor en matemáticas.

De esta forma comenzó Costuritas a empaparse en el tema de la administración de un negocio para sastres que vendía casimires por metros y medio metro, hasta por pieza y de diferentes nacionalidades. Los sastres de las diferentes partes de la región se surtían en “Trajes Petronio” y Costuritas les vendía todo lo que pedían y también se encargaba de ir a depositar en el Banco Mercantil de Monterrey, que en aquellos tiempos estaba ubicado en la 8 y Morelos.

Un día tuvo que cubrir a un sastre que no fue. Ahí comenzó todo.

El tiempo hablará.

Próxima entrega: El Futbolista que habitaba en el Sastre.

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