Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro. Santiago Ramón y Cajal.
Muy estimado lector, me siento fascinado por las historias de éxito que parten desde los pronósticos más adversos, pues me asombra favorablemente como el ser humano puede salir adelante desde cualquier adversidad. Este fin de semana pasado tuve la oportunidad de recomendar una película titulada “Manos Maravillosas”, que nos cuenta la historia de un niño de color llamado Ben Carson. Este personaje, en los albores de su vida, su hermano, su madre y él fueron abandonados por su padre. Eran gente muy pobre que vivía en un barrio muy peligroso y violento de Detroit.
Lo que pesa en mi esencia humana es que este niño era considerado el tonto de la clase. Imagina, querido lector lo que significa que alguien, cuando te mira, te vea como un estúpido. Al final, Ben, en su frágil mente de niño cargaba con una etiqueta que acabó creyéndosela. Tenía tanta tensión, tristeza y rabia que en un momento de desesperanza canalizo toda su frustración con la violencia visceral que afloraba para defenderse en un medio tan hostil para él.
Esta historia del Dr. Ben Carson nos demuestra que en todo ser humano hay potencial y grandeza. Y como sociedad debemos tener la disposición en crear espacios de oportunidad aun para aquellas personas que no han tenido la ocasión de mostrar su valor intrínseco o su talento.
Un niño norteamericano pasa una media de 7.5 horas al día viendo la televisión. Ben no era una excepción en aquella época. Sin embargo, un día su madre le dijo que lo que ellos tenían que hacer, tanto su hermano como Ben, era leer. Ellos no leían prácticamente nada. Y aquí vino el parteaguas existencial en la vida de nuestro personaje. Como no tenían dinero para comprarse libros, iban a la Biblioteca Pública de Detroit.
Sucedió la dicha de que Ben empezó a interesarse por la naturaleza: por los minerales, los vegetales y por los animales y un buen día, el profesor de ciencias llegó a la clase con una roca de color negro. Una roca extraña. Y entonces preguntó a la clase: ¿Qué es? Ben inmediatamente supo que esa roca era oxidiana. Sin embargo, a Ben le peso mucho que era considerado el tonto de la clase y que era mejor no hablar y espero a que hablaran los más inteligentes, los que sabían más, los que tenían más conocimiento pero resultó que esos chicos estaban callados. Entonces esperó que hablaran los otros, los que eran un poquito menos inteligentes y tampoco dijeron nada. Al final, tímidamente levantó la mano.
Al levantar la mano, el resto de sus compañeros le miraron sorprendidos como diciendo: “Jejeje… pero Ben, ¿cómo te atreves?” El profesor podría haber dicho: “Venga Ben, tú esto no lo sabes” y haber guardado la roca. Pero el profesor le miró a Ben y le dijo:
– Ben, ¿tu sabes qué es esto?
– Sí, yo lo sé- respondió tímidamente Ben.
-¿Qué es?- inquirió el profesor.
– Es oxidiana- respondió Ben.
– Sí, es oxidiana.
En ese momento Ben observó cómo la cara de sus compañeros cambiaba. El profesor podría haber dicho: “Sí Ben, oxidiana, muy bien, has acertado.” Sin embargo dijo:
– Ben, ¿tú sabes algo más de la oxidiana?
Y claro que sabía Ben de la oxidiana. Empezó a hablar de la oxidiana con todo detalle. Todos estaban perplejos.
Pues bien, este niño que era el tonto de la clase, que tenía una crianza muy dura en la pobreza y en la dificultad, experimentó un cambio muy profundo. Tan profundo fue el cambio que fue el número uno de la clase, del colegio y de todas las escuelas de Detroit. Fue becado por la Universidad de Yale y actualmente es el mejor neurocirujano infantil del mundo: el doctor Ben Carson, jefe de neurocirugía infantil del Johns Hopkins en Baltimore, Maryland.
Ben Carson, una persona aparentemente condenada al fracaso por su circunstancia social y demográficamente tan adversa, se convirtió en el mejor neurocirujano infantil del mundo, la persona que más experiencia tiene en craneopagos, siameses unidos por el cráneo.
La magnífica historia de Ben Carson es lo que llamo con emoción profunda un ejemplo de cómo alguien puede deshacerse de las etiquetas impuestas por los demás y que nos las acabamos creyendo. Nuestro pasado no tiene por qué predecir nuestro futuro. Si la persona quiere cambiar como ha vivido hasta ahora, lo puede hacer.
Por parte de la sociedad implica cuatro principios. Querer a las personas. Creer en ellas. Valorarlas y potenciarlas. Si hacemos esto, todo funciona. Si no les queremos, no creemos en ellos no les valoramos, no les potenciamos, estaremos hablando de otra historia.
Espero, querido lector que encuentres a una persona a quien leerle esta historia y le sea útil y motivadora.
El tiempo hablará.