Déjà vu

El secreto a voces es una expresión que indica que cierta información o noticia que debería permanecer secreta se ha difundido o es conocida por mucha gente. El efecto en el ser humano es la delicia existencial de satisfacer el morbo por tener conocimiento que nos da noción de aquellos detalles que se intuyen, pero de los cuales no existe una prueba jurídica contundente. El secreto a voces es chisme delicioso para los oponentes involucrados.

Conocer lo que unos pretendían que no se conociera es en sentido instintivo del ritmo de las palabras para contar situaciones, anécdotas y, ¿por qué no? Chismes. Tratando de tener un estilo fresco y desparpajado para dar en ciertos momentos o circunstancias sabor a los vocablos y las expresiones, hacer piruetas con las palabras para lograr frases que seduzcan a la infinidad de potenciales lectores para que se difundan los supuestos pecados ajenos.

En el decurso de los días se conocen más detalles y se dice que se llevaron hasta la última tuerca con su respectivo tornillo; que superaron todas las historias que los habitantes del estado tenían en referencia de otros gobernadores pasados. Que obligaban a los presidentes municipales a comprar el pino navideño a cierta persona muy amiga del manda más. Los burócratas te lo cuentan con cierta estupefacción y no pueden evitar emitir una respiración de alivio al sentir la tranquilidad que da su ausencia.

¿Dónde quedó la diferencia positiva que los hizo llegar al poder? El mismo poder que ejercieron los hizo olvidarse de sus compromisos y se dedicaron a infundir temor a todos aquellos que los cuestionaran, incluso a los mismos miembros de su partido y algunos tuvieron que irse del estado para no tener que someterse a un poder que atropellaba.

En el caso de la universidad se dice que también ahí metieron mano. La voracidad fue incontrolable; el efectivo acumulado les permitía comprar todas las voluntades de la oposición que era necesario someter para no perder el control político del Estado. Si la voluntad popular no los favorecía no importaba, ellos mismos decían: “Los muertos de hambre siempre se venden” y de esa forma perdían las elecciones, pero ganaban a los elegidos, y cuantas veces lo hicieron sonreían con una plenitud poco habitual. Se les iluminaba el rostro. La democracia les estorbaba, pero sabían cómo burlarla.

En medio de toda esta maraña de dominio político, desentrañar un carácter, un estado de ánimo o un pensamiento no es fácilmente comprobable, pues el histrionismo erudito y fantoche de quienes ejercían la autoridad hacía que con su discurso y su absoluto ejercicio del poder nadie pudiera confrontarlos, era necesario que se fueran para poder señalarlos en toda la crudeza de su voracidad.

Su moralidad era altamente relativa pues sus furores hacían que nunca pudieran amasar sus bríos ni templar sus iras con la emblemática frase de: “El que no es conmigo es contra mí” y también hicieron suya la frase de “La moral es solo un árbol que da moras” y de esa forma hicieron del estado un lugar preñado de tempestades.

Se dice que en alguna ocasión le preguntaron al gobernador en el tiempo más alto de su poder y su administración qué prefería, ¿ser respetado o ser temido? No lo pensó dos veces: “Prefiero ser temido, el respeto no me sirve de nada”. Esa respuesta describió nítidamente su modus operandi mientras estuvo como máxima autoridad en su estado.

Para hacer sus trapacerías descansó mucho en su hermano. Eso lo sabían en todo su gobierno y hasta en los gobiernos municipales. Afortunadamente su administración concluyó con su sexenio y los habitantes del estado pudieron descansar de su soberbia. Aprendió que nada es para siempre. Esa fue la vida de Maximino Ávila Camacho, gobernador de Puebla de 1937 a 1941 y hermano del presidente Manuel Ávila Camacho. Esperemos que esa historia no se repita.

El tiempo Hablará.

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