Estamos atrapados en la maraña electoral que se llevó a cabo la semana pasada en el vecino país de los EU; y que al ritmo de los sucesos podemos decir sin temor a equivocarnos que hoy por hoy son los Estados Desunidos de América.
Un conocido mío dice que lo marea el sistema electoral de la Unión Americana, el cual desconoce en forma nítida. Por esa razón entróle entonces cierto afán por las lecturas, porque reconocía su ignorancia, esa que todos adolecemos, y la necesidad de entender las ideas de los grandes hombres y los sucesos notables que hoy nos martillean la existencia, sin poder evadirlas.
La derrota no es fácilmente digerible para ciertas personalidades. Es algo que todos experimentamos en nuestras vidas en mayor o menor medida. Al día de hoy creo que Donald Trump (DT) se indigna en su interior. Tiene un volcán en el pecho, y la alegría de los demás le mortifica. Lo indicado en estos momentos es contenerse. Aunque por las últimas referencias que tenemos, en el sentido de que el personaje se comió a la persona, podemos inferir que será lo último que haga.
Están por concluir cuatro años que podemos denominar como la era Trumpiana. Lo que hizo y no hizo el último de esos años definió su derrota actual. Vienen, a partir del próximo 20 de enero del 2021, al menos otros cuatro de la era Biden. Yo no sé lo que sucederá dentro de veinte, ni dentro de cincuenta años. En la naturaleza humana y política no se puede fiar tan largo.
Parece que bajamos de una olímpica zarandeada después de haber subido a la más estrujante e impredecible de las montañas rusas, sin que esto implique ninguna alusión personal a los pendientes de DT. ¿Pasaremos de la estridencia trumpiana al sentido común de Biden?
Querido y dilecto lector, lo único que sabemos es que hoy por hoy nuestro planeta padece alternativas o fiebres intermitentes de revolución y de paz. De tal forma que en ciertos periodos todos deseamos que haya mucha autoridad. ¡Venga Pues! Pero nos cansamos de ella y todos queremos echar el pie fuera del plato. Vuelven los días relajados y ya estamos suspirando otra vez porque se acorte la cuerda. Así somos, y así creo que seremos hasta los fines de la historia. Podemos deducir que esa es precisamente la condición humana. Así viven y se educan las sociedades. Y decir humanidad es decir debilidad.
¿Se acabó la polarización que sembró Trump? Acorde con la historia las sociedades polarizadas se esfuerzan siempre en aumentar su furor, se cultiva y se logra alimentarlo como se alimenta una llama, arrojando en ella más combustible. Pareciera que siempre se quiere estar más furioso de lo que se está para no dejarse engolosinar por los adversarios, y paradójicamente concluyen que les vendría siempre bien un poquito más de ira. Se concluye que todos aquellos que piensan diferente son falsos, hipócritas y que si no se les aborrece no tendrían perdón de Dios.
En todo esto hay una moral gruesa, la que comprende todo el mundo, incluso los niños. Hay otra moral fina, exquisita, inapreciable para el vulgo: es la que solo pueden gustar los paladares muy sensibles y que tiene que ver con la tolerancia a la otredad, es decir al otro, al que piensa diferente. Trump polarizó para ganar, y por esa misma razón perdió.
Y dicho perdedor, siempre fiel a su estilo, consecuente a su fama, como un clavo que se está donde lo clavan, trata de mancharlo todo para salvarse él. En ese tenor, una alegría bulliciosa se desplaza por todo el planeta, la rebelión del sentido común que vence sobre la estridencia del presidente derrotado y que en su canto del cisne pretende sembrar mala fama a las instancias electorales de su país, que para mentira está demasiado bien hiladito.
En medio de todo esto me acuden tantas ideas a mi cabeza que no se con cual quedarme; me queda claro que no se deben juzgar los actos de los hombres por lo que parece, sino que es preciso ir al fondo de las cosas. Hemos aprendido a través de la historia que para todas las artes se necesitan facultades de asimilación y que para fabricar esos arcos triunfales de frases y entrar por ellos dándose mucho tono, se pintan solo los populistas. DT es uno de ellos.
Como un adolescente de secundaria apabullado por su derrota, con una diabólica habilidad de beato pretende ridiculizan las palabras para ridiculizar las ideas. A sus setenta y cuatro años aprenderá que el tiempo es un médico que se pinta solo para curar muchas cosas.
Sacudiendo toda aquella argumentación capciosa, podemos concluir que lo que tenía que llegar, por la sucesión infalible de las necesidades humanas, llegó. Su derrota.
Hoy sabe, bien que sabe, que una cosa es hablar desde la altura de una salud perfecta y otra al borde del hoyo. Punzantes pensamientos.
El tiempo hablará.