El día de ayer celebramos en México a las madres. Una fecha que desde 1922 se conmemora en nuestro país de manera oficial gracias al secretario de Educación de aquel entonces, José Vasconcelos. Hoy se desbordará en mis letras el multicitado nepotismo que me habita y haré de esta columna un homenaje a mi madre: María Elena.
Debo confesar que su nombre siempre me impuso. Me invadía el orgullo de su estirpe y siempre había querido construir con letras todo lo que fluía en mí hacia ella en la lejana época de mi niñez, cuando solo sentía las emociones de su cercanía pero no tenía aún las palabras para describirlas o definirlas.
Y después de todas las agonías de la duda que siempre me acompaña, después de agotar los aplazamientos y las coartadas a la que me lleva la maldita procrastinación, un día cualquiera me enfrento al recuerdo de mi madre con la soledad de la página en blanco, de la columna que debo escribir para ti sesudo lector, inspirado en ella.
Querido y dilecto lector, si estas líneas hacen que te acuerdes de tu madre, se habrá cumplido con creces el propósito de la misma.
Hoy puedo decir que los signos inertes de un alfabeto se volvían para mí, significados llenos de vida cuando entraba en acción el amor incondicional de mi madre. Siempre me hizo sentir especial. Aun en los momentos de mayor adversidad.
En su relación con nosotros, sus hijos, ella era de buena diplomacia o de beligerancia honrosa; mis hermanos y yo temíamos someternos a la balística epigramática de mi santa madre, era muy certera en sus juicios. Debo mencionar que durante la época que estoy narrando, nuestras relaciones con mi padre me parecían serias, graves y protocolarias. En esa época, para mí con ella todo era más fácil.
No debo dejar de mencionar que como hijo, por ser el consentido de ella, fui una pirotecnia imponente y magnífica. Aunque en realidad no era yo una calamidad como este momento de mi vida lo puede hacer parecer. Ella hizo que nuestra vida, la de mis hermanos y la mía, pareciera una epopeya rústica. Hubiera querido siempre estar con ella pero hoy me doy cuenta que nuestros “siempre” suelen ser efímeros.
En los inventos que yo me hacía de la vida buscaba desde pequeño esa libertad individual, que representaba una conquista del pensamiento independiente frente al pensamiento tutelado que era mi madre, quien era decididamente conservadora. Tengo la íntima convicción de que pocas mamás se acercan, ni de lejos, a la profundidad y delicadeza de su sentimiento y su sinceridad. Terminó adquiriendo proporciones de leyenda.
La recuerdo como una biblioteca prodigiosa. Y a parte de los dones recibidos por la naturaleza, ella misma se dotó de otros muchos, merced a su incansable investigar y estudiar minuciosamente con un talento digno de Sherlock Holmes. Mi mente de hijo siempre la vio irradiando grandeza.
Me veo obligado a confesar que el amor de mi madre tiene una historia, como el de todas las mamás. Porque su deseo de amar, como todos los otros deseos que distraen nuestras almas, puede ser analizado en medio del recuerdo de ella que nunca se va. El de acceder a los archivos de la memoria familiar y rescatar del pasado la voz de nuestras vivencias, te hace deducir que un buen vínculo con la madre te redefine el universo.
Hoy con la visión del adulto que soy puedo afirmar que el amor de mi mamá fue todo un milagro. De estos milagros somos capaces, nosotros los hijos, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la estupidez a las que parecemos condenados.
El amor de mi madre fue pausado, lento, profundo, y como no era de amores colectivos, su forma de amarnos a todos sus hijos siempre fue muy individual, exigía reflexión. Ambición de amor nunca faltó. La cercanía de mi madre, como una brújula, me abrió el camino de lo desconocido. En un mundo caótico, saborear el amor de mi madre fue un acto de equilibrio al filo del abismo.
Recuerdo que no le agradaba verme comer o beber con ansia, rapidez y sin moderación. Me amaba con un desinterés laudable. A pesar de las zarandeadas que algunas veces me dio, mi etapa junto a ella la considero uno de los sucesos más dichosos de mi vida. Sus consejos y sus palabras seguirán vigentes mientras yo tenga aliento de vida. ¡Feliz día de las madres!
El tiempo hablará.