El café con los amigos.

Una buena taza de café bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta. Rubén Darío.

Decía Sherlock Holmes que, no hay nada como una taza de café para estimular las células del cerebro. Hoy abordaré un tema extremadamente cotidiano. Tan cotidiano que, la mayor de las veces escapa el análisis consiente de nuestra existencia. El escritor ruso Dostoyevski se daba tiempo para observar a las personas a donde quiera que iba. Haciendo imitación de él, cada vez que voy a un café con los amigos me gusta observar y aprender.

En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone catedra amena de los sistemas filosóficos. Hay personas que sobresalen en su conocimiento de leyes o en el periodismo que han aprendido en los cafés todo lo que saben. Personas que asimilan fácilmente y que ostentan un caudal de conocimiento sin haber abierto un libro. Increíble. Son admirables porque saben apropiarse de ideas vertidas en esos círculos.

En ese tenor es importante entender que también van sabios a los cafés, y de esta forma se pueden escuchar observaciones elocuentes y llenas de sustancia, unas verdaderas y sorprendentes exposiciones de clase que envidiarían cualquier alumno de maestría o doctorado. Me gusta ir al café porque no es todo frivolidad o anécdotas sin valor; el café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano.

Mi querido y dilecto lector, no pierdo de vista que en esos cafés predominan las vulgaridades, pero hay que reconocer que entre esas muchas filosofías baratas, corren a veces, sin que se les vea, joyas de inestimable precio.

Hoy en los cafés se habla principalmente de las conferencias mañaneras de AMLO, aunque ya están siendo sazonadas por las precandidaturas. He podido observar que quienes hablan muestran a veces un palillo en su boca, de mala educación según me ha dicho un buen amigo mío, y al momento de hablar lo toman entre sus dedos y lo muestran a toda su audiencia como si fuera parte del argumento mencionado, ofreciendo el susodicho palillo a la admiración de sus amigos. Otros toman aires de hombre profundo que no se resuelven a soltar el enjambre de ideas que le zumban en su cerebro.

Cabe señalar que en algunas ocasiones, no siempre, en estos cafés entra en las personas cierto afán por las lecturas al reconocer su ignorancia y la necesidad de entender las ideas de los grandes pensadores. Y si a la par de leer se tiene facilidad de asimilación y mucha labia, en cualquier momento puede cautivar con sus argumentos, siempre y cuando no haya disputas violentas en la mesa y que se mantenga la dialéctica en el terreno de una plática sabrosa y hasta quizá, si el pudor lo permite, con expresiones sicalípticas picantes, aunque fuesen sucias. Y así, queda el placer de aportar todos un bocado sabroso al festín de la murmuración, se aprende en esta escuela de la vida que es el Café que cada uno visita en uno o en otro lugar.

Algunos incautamos con sobrado disimulo sobres de Splenda o del sustituto de endulzante que haya y nos despedimos de cada uno, particularmente con apretón de manos

Es sorprendente como en estos lugares donde coincidimos con las amistades darnos cuenta lo que puede el cálculo de un cerebro lleno de luz, con una cabeza que sea un prodigio de claridad y raciocinio. Se pueden destruir sofismas y mentiras. Con una lógica que lo arregla todo admirablemente, atenta a los hechos para fundarse en ellos un raciocinio sólido, sin apreciaciones fantasmagóricas. Adquiriendo facilidad para la apreciación de los hechos. Desarrollando en su mente la más prodigiosa cadena de razonamientos.

Es en estas pláticas de café donde a la edad que me cargo ahora he aprendido que para todas las artes se necesitan facultades de asimilación. Es lo que el escritor español Fernando Savater llama la neotemia, la voluntad de seguir aprendiendo a pesar de nuestros muchos años de edad.

Se puede aprender en muchos otros lugares pero no se puede negar que estos lugares de convivio que se acompañan con el deleite de una buena taza de café son verdaderos recintos de aprendizaje de la vida. Escuelas de la vida donde aprendemos en una plática, quizá insulsa, que la desgracia vuelve sabios a los tontos, pues la vida es lo que duele y lo que enseña, padecer y aprender son sinónimos.

No dejemos de conocer a nuestra gente. Una forma de hacerlo es asistir a cualquier café de la comunidad a la que pertenecemos y atrevernos a platicar y dejar que nos platiquen. Es un buen sazón de la vida. Provecho.

El tiempo hablará.

Mas Noticias:
Leer más