El valor y la fuerza tienen comunicaciones misteriosas. Víctor Hugo.
En estos días de tanto drama político en el que estamos a nivel nacional enganchados en una novela superior a las del extraordinario autor Mario Puzzo, en la que la realidad es más emocionante que la ficción. En qué cabeza cabria en el 2005, que Rene Bejarano y su esposa Dolores Padierna que sufrieron hasta la ignominia el tejido gradual de una justicia que los encasillo y evidenció con saña, iban a tener con el paso de los años la oportunidad de oro de comprobar que la venganza es un plato que se come en frio.
Por más que le doy vueltas a este fascinante drama, incrustado en una realidad obstinada siempre en sorprendernos y de demostrarnos que aun y que todos los mexicanos creemos que ya nada nos va a sorprender y que ya conocemos todo, nos tiene pasmados y sin dejarnos de dar una tremenda desconocida.
Gota a gota la vida va acomodando las cosas en forma diametralmente opuesta a como estuvo en aquel ya lejano 2005; ahora quienes estaban en el poder y en el banquillo de los acusados se han turnado sus lugares, la vida y el tiempo son siniestros y altamente impredecibles. Los protagonistas han intercambiado sus papeles en forma por demás sorprendente para quienes solo nos toca observar y analizar de lejos.
El sobrino de los entonces afectados ha sido quien por el momento ha dado un certero disparo judicial y que ante la vista de propios y extraños suena más a venganza que a justicia, así es la vida. El problema es que debido al parentesco de consanguinidad en línea colateral entre Dolores Padierna y el juez Felipe de Jesús Delgadillo Padierna se puede afectar de manera estrepitosa el conocido como “debido proceso” y luego entonces los 5 mil millones de pesos de la estafa maestra se irán por la coladera de un trabajo legal hecho más con las vísceras que con el cerebro.
Esta novela aún no termina, pero aunque le parezca increíble, puede terminar astutamente a favor de Rosario Robles. Recuerda querido y dilecto lector el caso de la francesa Florence Cassez, que terminó libre no por ser inocente, sino por haber afectado ese término aludido del “debido proceso” que es el némesis de todos los mexicanos que anhelamos se termine con ese monstruo de dos cabezas que son la maldita corrupción y la reiterada y obstinada impunidad.
Pasaré a contarte algo más personal y romántico. Este fin de semana pasado vino mi hija a fortalecer la estructura de su juvenil vanidad femenina, arregló su esplendorosa cabellera; disfruto verla crecer en todos los sentidos que una mujer puede crecer ante la mirada de un padre que es y se declara un irremediable esclavo existencial de su hija.
Desde el día en que se me figuro que mi hija se había dicho: “decididamente soy guapa”, puso cuidado en su tocador y desde entonces, como padre, comprendí que uno de los dos gérmenes que llenan siempre la vida de la mujer es la coquetería. El otro germen es el amor.
La claridad súbita con nuestros hijos nos hace cerrar los ojos y nos pone a pensar de qué manera podemos optimizar su vida presente en la escuela y en el nivel escolar en que se desempeñan, pues todo este aluvión de buenos deseos me viene en forma cíclica cada ocasión que regresa a clases.
A bote pronto te he de comentar que me toco estar en la inauguración del inicio de clases en el Tecnológico de Matamoros en la que estuvo presente la directora Mara Grassiel Acosta González quien tuvo de invitado al presidente municipal Mario López Hernández, ex alumno y ex maestro en esta institución.
Ver ahí tanto futuro en ciernes hace que nos pegue la nostalgia de cuando uno era el estudiante. Recordar cuando el discurso de nuestros padres y maestros eran que nos pedían no convertir nuestra inteligencia en desesperación que equivaldría a convertir nuestra ignorancia en imbecilidad.
Nos conminaban a tener pensamientos que nos llevaran a ser genios. Que soñáramos con eso. Entendiendo que lo que mueve y arrastra al mundo no son los motores, son las ideas y que de esa forma no confundiéramos el caballo por el jinete.
Que la pereza y el placer son dos precipicios. Que no hacer nada es tomar un partido muy lúgubre. Viviendo ocioso de la substancia social, que ser inútil es ser perjudicial, pues eso conduce directamente al fondo de la miseria.
Desgraciado el que quiere ser paracito y convertirse en la miseria de la comunidad en la que habita. Tirándose a ciegas, en el precipicio de una altura cualquiera, abajo a lo desconocido.
A quien no le gusta trabajar no tiene más que la triada hedonística del pensamiento: Beber bien, comer bien y dormir bien. Pues el resultado será beber solo agua, comer pan mohoso y dormir en una tabla cuyo frio se sentirá inevitablemente por las noches.
Joven universitario, ten piedad de ti mismo y aplícate en tu presente escolástico. Entendiendo que la holgazanería siempre aconseja mal. Anhelando que no emprendan la penosa profesión de los perezosos.
El tiempo hablará.