Los hijos se disfrutan pero también se padecen. German Dehesa.
Mis hijos y yo, antes de irse nos sentamos a platicar para construir recuerdos.
Lo más trágico e incómodo de las vacaciones de verano es cuando los hijos se van de regreso a sus actividades cotidianas de su rutina habitual, que invariablemente los forja para ser autónomos, independientes, productivos y, si de paso se puede, de pensamiento crítico. Decirlo suena hasta romántico, experimentarlo es una sobredosis de nostalgia, que si no tienes los elementos de juicio necesarios o las amistades correctas, puedes caer en una fastidiosa depresión que te acompañará por varios días.
En esta ocasión escribiré, sesudo lector, sobre algo que puede parecerte un inane despropósito, una triste ironía histórica; y quizá después de leerme concluyas que más bien es una ironía indulgente. En ese tenor debo decir que los hijos nos atrapan la existencia y nos afectan la vida entera, entendiendo que vida es la vida orgánica, y también la vida psíquica, en ambas mis hijos tienen sustancial influencia.
Este par de adorados tiranos han cometido la osadía de venir desde lejos a mi casa y luego irse como si nada sucediera. Llegaron y en mi constante fascinación por la soledad y el silencio, hicieron que amara el ruido y el desorden propio de la convivencia familiar. Ese ruido que causa el no estar de acuerdo en una plática de familia en la sobremesa, proyectando la opinión de cada quien, que después en la ausencia de los hijos nace ese vacío que se convierte en recuerdo y nos hace palpar lo que es la esencia del nido vacío.
Querido y dilecto lector, te comparto con mi temperamento de poeta que la nostalgia es recordar un pasado venturoso, es tratar de rehacer en la mente un tiempo que no existe más en nosotros. El tiempo de los hijos en las vacaciones de verano.
Paseando en la casa por los rincones donde anduvieron ellos, me doy cuenta que llego a un punto de suspiro en el tiempo, es el instante en que se piensa en todo, recordando lo pasado y buscando a quienes ya no están, tratando de hacer una pequeña trampa mística con un abrir y cerrar de ojos, quizá y vuelvan a aparecer, evocando con ilusión a quien domina sobradamente nuestro corazón, los hijos.
En medio de la nostalgia del nido vacío me doy cuenta que siempre cedo a la dulce “tiranía” del cariño de mis hijos. Y en esa carrera de la vida de nuestros hijos, corta o larga, sus anhelos y su recuerdo son nuestra carga de gratas emociones que nos invaden el pensamiento constantemente y de esa forma soñamos despiertos; lo que soñamos es nuestro tesoro, nuestro caudal, el oro de ilusiones que ganamos porque no solo los engendramos, sino que estamos inmersos en la vida de ellos, ricos en sueños, y dueños de su ideal.
Y en la dinámica de todas estas emociones concluyo que están en una edad en que se notan los cambios, quizá lentos, pero para mí extraordinarios. Y ya encarrilado en el vértigo de las emociones, debo reconocer que cada vez que mis hijos se van siento fermentar en mi alma una nostalgia reprimida, debo enfatizar, inmensa, la nostalgia de los que ven de repente a los niños, los hijos que hemos criado, educado, dirigido siempre, manifestar voluntad independiente, intentar trazarse a sí mismos su destino. Que belleza y que martirio de sentimientos encontrados.
El nido vacío, como ya te habrás dado cuenta, indulgente lector, hace que me brote el poeta que me habita y puedo comprender con nitidez que así como el río invariablemente va al mar, el día se convierte en noche, la vigilia en sueño, y la vida en muerte, entiendo que esos conceptos solo existen en la alegre y triste oposición, porque concluyo que en esa construcción de recuerdos que después se observan con obstinada melancolía hay belleza en esa tristeza, en la inexorable ausencia que viene detrás de la presencia de esos, nuestros seres amados que llamamos hijos.
Te platico todo esto como cosas que nos pasan a casi todos; tuvimos muchas conversaciones y nos hablamos muy de cerca, en esa estrecha proximidad que sólo origina un estado del alma; actitud elocuente, que con ninguna otra se confunde, los hijos que buscan al padre y el padre que busca a sus hijos. Hoy sé que es con la nostalgia del recuerdo que alumbramos esas tenebrosidades del nido vacío.
Gracias a Dios por ellos, nuestros hijos.
El tiempo hablará.