Fuimos vecinos en nuestros años mozos, él fue el séptimo hijo de ocho que parió su madre, Doña Cuquita, yo fui el sexto de seis de la Nena. Pero esta no es mi crónica, sino la de Miguel. Nuestras casas se tocaban pared con pared, pero más allá de los roces de la arquitectura de los edificios de su casa y mi casa, debo reconocer que también nos tocábamos en la vida familiar. Siempre me llamó la atención tener unos vecinos que se apellidaran igual y no éramos parientes.
Nació en 1974, era nueve años menor que yo; digamos que supe de su existencia a sus 5 años. Era de los hijos menores del vecino Don Esteban, pero siempre quiso convivir con los mayores. Yo no lo aceptaba entre mis amigos, pues en lo personal estaba en la etapa del inicio de mi adolescencia, cuando ya no eres niño, aún no eres adulto, pero quieres proyectar que no eres un imberbe. Su presencia me incomodaba porque era el más fehaciente recordatorio de que yo aún no era un adulto. Los conflictos emocionales de la pubertad nos tejen telarañas existenciales que nos moldean para bien o para mal. Ese fue mi vínculo inicial con Miguel Ángel Chávez Pineda.
Debo puntualizar que me gusta husmear en la vida de la gente que se formó en Matamoros y hacer la crónica de su vida que ha evolucionado para bien y así estimular a otros a seguir por un camino parecido para lo cual solo se requiere de una voluntad férrea. Me consta que Miguel, desde pequeño tenía una especie de desbordamiento interior para trascender en la vida. Se buscaba figuras para admirar e imitar por eso siempre buscaba la amistad con mayores que él.
Conforme pasó el tiempo comencé a convivir más con Miguel de tal forma que, brotando de un tumulto inesperado de los sentimientos de amistad y aceptación comenzamos a convivir como amigos y vecinos. Comencé a conocer a ese niño que con el paso del tiempo me pareció agradable, pues veía en él un deseo impetuoso de seriedad, de sobriedad y de disciplina que dejé en Matamoros cuando yo me fui a estudiar a Monterrey.
Vi crecer a Miguel en forma intermitente por mis viajes esporádicos que hacía de Monterrey a Matamoros. Aprendí a observarlo como observaba a muchas otras personas, al verlo desarrollarse me di cuenta que era un jovencito precoz y que perseguía el vuelo impetuoso de sus pensamientos fustigados por fulgurantes imágenes de independencia y de realización personal.
Hoy me da mucho gusto plasmar en estas letras que Miguel se convirtió en un empresario e influencer muy exitoso. Platicar de su vida, de cómo llegó hasta donde está, es la pasión de una charla como fenómeno elemental. Hemos tenido conversaciones muy amplias y puntuales y es imposible no empatizar y simpatizar con alguien que abre su corazón y su vida para dejar un legado, en el que el fundamento principal es su amor a Dios y a su familia. Aquel hijo no fue sino la expresión suprema, el testimonio espiritual de toda una familia, la expresión sensible de una época apasionada.
Querido y dilecto lector, hoy tengo de Miguel Chávez muchos relatos que me hablan de un alma indómita y libre que se ha abierto paso en la vida, pero que a pesar de ser hoy un empresario exitoso tiene en su vida mucho más que solo dinero al recordar aquel momento en Houston, cuando no tenía nada y en medio del frío intenso en la parte más alta de un highway vio muy de cerca, en un abrir y cerrar de ojos, la monotonía y la crudeza de la escases.
Aquel segundo único de éxtasis, como el que surge de improviso en la vida de cada hombre, concentrando todas las fuerzas en un poderoso impulso que lo llevaría con el paso del tiempo a fundar su negocio conocido como “La Vaquita”, hoy uno de los negocios más prósperos en el Valle de Texas y que comienza a incursionar en Matamoros.
Al recordarlo en su infancia debo reconocer que su mundo se hizo más vasto como su alma, surgieron con ímpetu atronador nuevas posibilidades en su vida que ha sabido aprovechar y que comparte con quienes lo rodean, su familia, sus amigos y sus empleados.
Un hombre que se desarrolló en su infancia en Matamoros y que creció empresarialmente en EE. UU. pero que no se olvida de la tierra que lo forjó y hoy quiere devolverle ciertos beneficios para no olvidar su arraigo. Bienvenido Miguel a la tierra de la que nunca dejaste de formar parte.
El tiempo hablará.