Querido y dilecto lector, la columna de hoy no es recomendable, pues es altamente frívola y muy emparentada con la estulticia; probablemente al leerla ofenda tu inteligencia. Así que mi recomendación es que no la leas. Probablemente después de hacerlo me vas a odiar con justa razón. Ya lo sabes, sobre aviso no hay engaño.
En alguna ocasión en el transcurso de mi paso por la universidad, como alumno me toco llevar a la facultad de comunicación de la UANL para darnos una conferencia al filósofo regiomontano, a quien su nombre me pareció muy rimbombante: Agustín Basave Fernández del Valle. Padre del ex dirigente nacional del PRD, Agustín Basave Benítez. La alusión de hoy tiene que ver con el padre. En aquel entonces era cónsul honorario en Monterrey del gobierno de Portugal. En mi trinchera existencial e inmadura de mi edad juvenil y desde que lo escuche hablar supuse que era un hombre con educación pero también, y más importante, con formación sensible y humanista. Dos elementos que a veces se confunden en la actualidad al suponer que un título universitario de licenciatura, maestría o doctorado van de la mano de una formación como ser humano. La chocante realidad indica todo lo contrario pues nos topamos con cada patán con título de cualquier nivel académico.
En aquel lejano tiempo de universidad recuerdo con especial afecto filosófico cuando el Doctor en filosofía Agustín Basave Fernández del Valle, me encanta su nombre, inició su ponencia con un léxico muy elevado ante alumnos muy lejanos a su formación en todo sentido, lingüístico y sobre todo el académico, y la audiencia en ese momento sin entender concepto alguno que desarrollaba en la dinámica de sus palabras. Finalmente encontró el nivel de entendimiento de nosotros los alumnos, ignorantes aun en muchas cosas y nos brindó una conferencia amena y fascinante.
Recuerdo entre las cosas que mencionó en aquel entonces fue que, además de la formación que nos de la academia para aportar a la vida acciones de suma relevancia no perdiéramos la habilidad para hablar de naderías. Que no nos convirtiéramos en chocantes de la academia y que diéramos espacio en nuestra inteligencia para hablar ocasionalmente de trivialidades. Eso en lo íntimo me encanta porque en ese espacio no solo he sido trivial sino hasta pelado y alburero. Me encanta ser humano, imperfecto y perfectible.
Pues en una clara alusión a las morbosas y fascinantes trivialidades ocasionales hoy quiero mencionarte, querido y morboso lector, pues habiéndote dicho que no leyeras la columna de hoy, sigues obstinado hasta aquí, que en mi hurgar diario en las letras encontré un libro que pudiéramos catalogar de sustancialmente elitista y que se titula: El Registro de los 300.
El tema del libro aludido es las jefas de las familias poderosas del México del siglo 20. Piadosas y modernas, cultas y conservadoras. Siempre distinguidas y algunas destacadas deportistas o filántropas, que durante la presidencia de Miguel Alemán, a finales de los 40s y principios de los 50s se distinguieron socialmente en forma ostensible. Estas son algunas de las características de las mujeres de la alta sociedad mexicana en el siglo 20 tomada de este libro. Una rara publicación hallada en la biblioteca del inolvidable escritor Carlos Monsiváis, que muestra un registro envidiable hecho por el columnista de sociales conocido como el Duque de Otranto; que incluye puros apellidos históricos con poder aun en nuestro país.
Con “El registro de los 300”, un título de tiraje limitado, en papel de importación y acabado de terciopelo rojo, se cuenta con uno de los catálogos más completos del jet set mexicano, en el siglo pasado. En este amplio y minucioso listado se cruzan las genealogías de los principales líderes empresariales, políticos, militares e intelectuales del nuestro país. Si el apellido de esa personas que conoces que se las da de muy aristócrata no viene en este libro, ups, puedes decirle que lo suyo es mera vanidad sin sustento.
Los nombres en el libro aparecen en orden alfabético y aparecen jefas de familia residentes en Lomas de Chapultepec, Polanco, Linda Vista, Pedregal, entre otros centros residenciales, que fueron descritas con pompa y una pulida prosa para destacar la heráldica de cada familia. Aquí aparece un país que ya dejo atrás la Revolución y está en camino de la modernidad. Muy a la usanza de los álbumes estadounidenses que hablan de las familias que hicieron la nación. Un libro altamente recomendable para aumentar la cultura de la vanidad. Hasta aquí la cita del glamour mexicano.
Por otro lado me agrada sobremanera el inicio del programa de bacheo que prometió en su toma de protesta el flamante presidente municipal de Matamoros Mario López. Es de suma importancia que con este tipo de acciones le dé lustre a su administración para quizá el día de mañana poder hacer un libro que se titule: “El Registro de las 300 obras de Matamoros”. Pudiera ser.
El tiempo hablará.