Ya lo he dicho en anteriores ocasiones, la inspiración para escribir es como una mujer celosa que demanda atención total (la heterosexualidad que me habita y conforma me dicta las letras), y si por diversas circunstancias no atiendo dicha inspiración, ésta se va, ya sea que esa falta de atención sea o no justificada. De esta forma, hablando con alguien que catalogo como mi alter ego, me sugirió que escribiera de algún libro leído y vino a mi mente la impresionante, exquisita y fecunda sabiduría de Fernando Savater, el gran filósofo de la educación, que me lleva a plasmar en la presente columna todo un florilegio de su obra.
En alguna ocasión el sociólogo alemán Max Weber dijo: “Siempre fue ingenuo creer que de lo bueno nace solo lo bueno y del mal solo el mal. Humanamente a menudo ocurre lo contrario (…) quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”. Hasta ahí la cita de Weber.
A raíz de esta afirmación me surgen infinidad de cuestionamientos que me incumben como padre frente a mis hijos. Refuerza esta afirmación de Weber el multicitado francés Honorato de Balzac, quien escribió en el prólogo de su magna obra “La Comedia Humana” que el hombre no es bueno ni malo, nace con instintos y aptitudes que pueden ser educados en un sentido o en otro.
Y como ser padre tiene sus exigencias y su tiranía esto me lleva a comprometerme para todo lo que se refiere a educación, a una comparación entre la humanidad y la animalidad que eventualmente nos habita a todos, incluyendo a nuestros hijos. Savater dice “Entendiendo que hay tantos hombres diferentes como variedades existen en la zoología”, y Balzac remata diciendo de esta forma “Cuando Buffon describía al león, concluía con la leona en pocas frases, mientras que en la sociedad la mujer no siempre resulta ser la hembra del macho. Puede haber dos seres perfectamente desiguales en una pareja. La mujer de un comerciante a veces es digna de un príncipe, y con frecuencia la de un príncipe vale menos que la de un artista”. Ese Balzac no se media en su descripción de todas las escalas sociales.
El planteamiento filosófico al que me lleva Savater es: ¿Cómo educar a nuestros hijos con la certeza de que serán estrictamente buenos y solo buenos? ¿Acaso es esto posible, o debo considerar la mínima posibilidad de una rendija existencial que los haga fallar a pesar de una buena educación? Nuestros hijos no necesitan maestros para dudar, siempre he avalado sembrar en ellos el pensamiento crítico para que todo lo cuestionen en forma inteligente.
Pero, Savater formula varias preguntas en forma atinada ¿Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar seres humanos completos? ¿Se debe potenciar la autonomía de cada persona, a menudo crítica y disidente, o hacerlo igual a todos en su entorno? ¿Debe desarrollar la originalidad innovadora o mantener la identidad tradicional del grupo? ¿Debemos inducirlos a la eficacia práctica o apostar por el riesgo creador? ¿Reproducir el orden existente o instruir a los rebeldes que puedan derrocarlo?
Y la siguiente pregunta me ocasionó urticaria existencial y una serie de diferentes ansiedades por lo amplia y profunda, ¿debemos mantener en nuestros hijos una escrupulosa neutralidad ante la pluralidad de opciones ideológicas, religiosas, sexuales y otras diferentes formas de vida o nos inclinaremos por razonar lo preferible y proponer modelos de excelencia?
Querido y dilecto lector, perdón que te haya llevado por caminos escabrosos y quizá hasta complicados del ser humano. La mayoría de las veces la vida es como es y no como quisiéramos que fuera. Y como dice Savater: “El corazón humano se agita bajo su envoltorio y lo único que anhelo es que nos hagamos intelectualmente dignos de nuestras perplejidades que es la única vía para empezar a superarlas”.
Concluyo la presente columna con una última frase del grandioso Savater que me brinda mucho consuelo: “En cualquier educación, por mala que sea, hay los suficientes aspectos positivos como para despertar en quien la ha recibido el deseo de hacerlo mejor con aquellos de los que luego será responsable. La educación no es una fatalidad irreversible y cualquiera puede reponerse de lo malo que hubo en la suya”.
Perdona sesudo lector si me fui por otro camino diferente al acontecer nacional, y preferí uno que nos incumbe más y que tiene que ver con la educación de nuestros hijos, esos seres humanos que como bien decía Germán Dehesa, los disfrutamos y los padecemos.
El tiempo hablará.