La presente columna no es precisamente una defensa numantina de la familia. Pretende, en base de observaciones empíricas de mi entorno y de anécdotas o historias vividas que conozco de primera o de segunda mano, ser un diagnóstico que nos ayude a ver a esos miembros de nuestra propia sangre simplemente como son y no como quisiéramos que fuesen.
Cuando apelo a la familia real no me refiero a los miembros de sangre azul de las monarquías, sino más bien a aceptar la realidad que nos tocó vivir con la familia que nos tocó. La naturaleza de la familia, muchas veces, no siempre, no es tan romántica como las teorías más optimistas de la familia la describen.
No quiero demeritar aquella afirmación de Alfonso Reyes cuando escribía que la familia es el piso firme de cada quien. Cuando hizo esta afirmación se refería a la familia como primer plano, papá, mamá e hijos. Esta afirmación Alfonsina es sustancialmente y en forma incondicional hasta cierto tiempo de la vida nuestra, después esa incondicionalidad, cuando los hijos vuelan o se casan requiere de inteligencia, tolerancia y mucho pragmatismo, de lo contrario las cosas no van a funcionar como papi y mami lo hubieran querido en los albores de la misma familia.
Las buenas amistades y las buenas familias tienen algo que se encuentra en el corazón de ambas: lo que significa ser cercano a alguien. En ese tenor el rey David llegó a decir que: “Amigo hay más unido que un hermano”. Proverbios 18:24. En la vida real de la familia este hecho puede ser muy ofensivo, ser parte del antro de las ideas vergonzosas, pero es una contundente realidad.
El esquema de esta narrativa sigue en líneas generales esa intriga, por llamarlo de una forma, pues la familia, cuando no es correctamente interpretada en cada etapa de la vida, se puede convertir en un sistema que ofrece sueños irrealizados.
En la primera etapa de la familia somos reminiscencias, influencias y fuente de fuerza, pero quienes no entiendan los cambios inherentes que se dan con el paso del tiempo corren el riesgo de convertirse en una sociedad que sustituya los valores por los intereses y convertir a la familia en zona de beligerancia soterrada que desgasta por no entender la esencia de esos cambios que se dan en cada uno de sus miembros.
Lo que pudiera ser simpático para un hijo o un sobrino en la etapa de la infancia puede no serlo en la de la adolescencia y mucho menos en la vida de adulto. Aceptar esa independencia de quien en cierto tiempo, en cierta forma dependía de nosotros, es pragmatismo y respeto de sangre.
Entiendo que hay muchas teorías que enfatizan el amor y la unión familiar por encima de todo, y de cualquier circunstancia. Esto, en una relación que pretende ser saludable no debiera ser tal cual. Hay amores y unidades familiares que son más contundentes y reales cuando simplemente se acepta a la familia tal cual es, y no hacer drama porque no son como hubiéramos querido que sean.
Querido y dilecto lector, en cuestiones de familia las especulaciones abstractas acaban por producir vértigos. Si la estructura de cada familia alcanza para convivir todos los días, bien, felicidades por ello. Pero si dicha estructura solo alcanza para convivir una vez a la semana, o una vez al mes o una vez al año, esto no necesariamente significa una familia desunida.
No es que detrás del convivir poco está el convivir nada. Más bien se trata de encontrar el punto medio para la convivencia familiar óptima. Entendamos que la vista del espíritu no puede encontrar en ninguna parte más resplandores y más tinieblas que en el ser humano dentro de lo que es su familia.
Después de muchas conversaciones con amistades que viven los roces con hermanos (as) o cuñados (as) podemos hacer deducciones poco románticas para la familia. Una realidad contundente es que por lo regular, no siempre, la familia política nos hace entender que los amores perfectos de familia pertenecen a la ficción.
En mi calidad de memorialista, es decir, quien escribe cartas, memorias y otros documentos con los jirones de intimidad que el tema de hoy implica, concluyo que en el punto de equilibrio de las relaciones familiares saludables, se forja no solo el carácter de todos los involucrados, sino también su sentido de la ética. La familia debe estar coronada por el mayor de los prestigios sociales y dicho prestigio no debe estar sujeto a dramas ni a traumas.
No odie a ningún miembro de su familia. Lo único constante en la vida familiar es que con el tiempo las personas y las mentes cambian. Para mí, mis hijos son la mejor prueba de ello. Si descubre que conviviendo menos puede amar más, Just Do It.
El tiempo hablará.