Traté siempre que todo fuese perfecto y comprendí que realmente todo es tan imperfecto, como debe ser (incluyéndome). Jorge Luis Borges.
Mi querido y dilecto lector, te escribo desde la trinchera de la bendita ociosidad; no entiendo el porqué del nulla dies sine línea, ósea de los días sin escribir una sola línea de quienes siendo columnistas entran a la vacación y nos dejan sin el perfume y la estela de sus letras que, como bien decía el multicitado Miguel de Unamuno, se convierten en nuestra compañía habitual, a quienes dejamos abierta la puerta de nuestra vida y se nos meten por los ojos y hacen estragos con el potente poder de la palabra bien dicha. Diría mi padre con cierto tino de ironía: Hay quien llora al verme partir y otros al verme llegar. Así es la vida de caprichosa.
Recuerdo que en mi infancia después del prolongado espacio de la vacación, la realidad me parecía extraña, y entonces me complacía en el sublime egoísmo del amor por mi familia, en esa entonces mi universo eran mis padres y mis hermanos. Pasaba la vacación en casa de mi abuela materna en Monterrey. Yo incursionaba en su casa, con ese impertinente espíritu de innata curiosidad que traen todos los infantes en su temprana edad. Mi mente de niño la veía llena de cosas que ya no usaba en su casa; supongo que le gustaba rodearse de recuerdos, de la misma forma en que muchos de nosotros no nos deshacemos de los trajes que ya no usamos o nuestros automóviles inservibles que tampoco usamos, so pretexto de una nostalgia que extraña las guirnaldas marchitas de un pretérito distante de nuestra monstruosamente practica realidad actual.
Hoy que la ociosidad reglamentada me permite más tiempo para pensar y para hacer cosas que en la rutina diaria habitual no encuentran lugar disponible, te he de compartir mi estimado lector las añoranzas de mi infancia en el contexto del reposo escolar. No había toda la electrónica que en su versión de juegos inteligentes hoy nos invaden inevitablemente como un tsunami. Había que tener talento para ocuparse en un período de tiempo que bajo la visión infantil era como viajar en la historia del neolítico hasta la edad media. Era mucho tiempo de la vacación en la frágil mente de mis hermanos, de mis amigos y de la mía propia. Era un tiempo de ocio abundante pero edificante en el que, más que buscar ser feliz, era encontrar qué hacer con tanta felicidad.
De esta forma podíamos deducir que en la vacación, la vida no se constituía en una búsqueda permanente de la felicidad, sino de mecanismos de diversión que evitaban el maldito aburrimiento y el insufrible dolor.
Hoy te puedo decir apreciado lector que somos actores de nuestro propio drama, y que el drama de la vacación debía resolverse sobre la marcha. Cada día era menester descubrir el desempeño que traería la satisfacción a cada quien. No había tiempo para los melancólicos que se deprimían. La abundancia del tiempo libre no rebasaba la creatividad para saber qué hacer con él.
En ese tenor, aprendimos en forma lúdica y lírica que no son las grandes desgracias las que crean la desgracia, ni las grandes felicidades las que crean la felicidad, sino ese tejido fino y casi imperceptible de mil circunstancias cotidianas, incrustadas en la vida diaria de cada quien, de todos esos detalles tenues que componen toda una vida, que nos pueden llevar a una paz radiante y si obras mal a una agitación infernal. La elección la hacíamos nosotros.
Todo esto lo analizo con una visión retrospectiva de lo que recuerdo de mi vacación de verano, pues creo que el esfuerzo por comprender ciertas acciones, eleva la vida humana, amén de que siempre he tenido el deseo vehemente de entender la mente de mis congéneres y más dentro de los términos de esta ociosidad que se supone debe ser aportativa y hacer una mejor versión de nosotros mismos.
Este período de tiempo se aborda de diferentes maneras, positiva, negativa y despectiva. Uno se siente a veces triste debido al tedio que genera algunas situaciones de la vida y, sin embargo, la melancolía del recuerdo de mis inolvidables vacaciones es algo mucho más profundo e intenso que el desagrado que a veces sentimos por tener que realizar actividades que no nos satisfacen, por no haber logrado en nuestra corta vida propósitos materiales o ese impertinente concepto del ideal amoroso de verano.
Podemos decir que todos estos recuerdos son tonterías que poseen la fragancia del recuerdo en una acción que pudiera ser contemplativa y la contemplación que pudiera ser activa. En este dulce periodo es cuando más se entiende que podemos ver tantos perros correr sin sentido, que aprendemos a ser tortuga y apreciar el recorrido.
Los días vienen y se van como vienen y se van las olas de la mar; como también nuestros seres queridos vienen y se van. Feliz vacación mi querido y dilecto lector.
El tiempo hablará.