Al final, las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuaran, la vida sigue igual. Julio Iglesias.
Para la columna de hoy me pregunto si, ¿Hay algo más precioso que un buen camarada al que todo se le puede decir? En este momento que escribo, tengo cincuenta y tres años, pero mi razón ha escogido tener veinte. Y ese camarada al que le puedo contar todo eres tu apreciado lector. En este tenor debo decir que me fascina el abismo humano de lo desconocido. Recuerdo en alguna ocasión haber escuchado a mi madre decir en un discurso que dirigió a las tostmaster con un aire de anhelada nostalgia por lo no conocido pero permitido, y una deliciosa voracidad por vivir a plenitud cada gota del tiempo, algo así como: tantos libros por leer, tantas mentes y tantos mundos por conocer y tantas manos que saludar.
El día de ayer, con la temperatura fría y el cielo plomizo y encapotado de gris me invadió positivamente la nostalgia al estrenar en mi celular el programa de música Spotify, y encontrarme accidentalmente, o quizá deba decir providencialmente, la melodía de Julio Iglesias de título “La vida sigue igual”. Los tonos, la melodía y la letra simplemente me transportaron en el tiempo y me deje llevar a un viaje por los dilatados campos de la fantasía. Me permitió resumir el pasado en una sola melodía.
Esta canción la compuso el madrileño Julio Iglesias en 1968. Me parece una apología a la esencia humana, y proyecta una profunda sabiduría de vida al delinear en su narrativa la subjetividad de las cosas materiales e invitarnos a no tener apegos en esta vida. A entender de lo que está hecho la vida misma.
Unos nacen y otros mueren. Bendito el orden de la vida en el que mueren primero los padres que los hijos. Unos reímos y otros lloramos. Penas y glorias. De hecho valoro mis alegrías gracias a mis tristezas. Guerras y paz. Como bien diría el ruso León Tolstoi , de eso está hecha la vida, a veces hay guerra y a veces hay paz. Que melodía tan simple, pero que profunda a la vez.
El momento apoteósico de la canción es cuando en medio de la descripción de toda esa coyuntura existencial de sabores y sin sabores de esta vida y esta historia que nos ha tocado vivir, exclama que, no gracias a nosotros, sino a pesar de nosotros, siempre hay por qué vivir y por qué luchar, e invariablemente alguien nos hará sufrir, pero también habrá ese alguien en quien podremos acomodar el esplendor mágico del verbo amar, en cualquiera de sus versiones.
Debo agregar que existe para las almas propensas a explayarse una hora deliciosa que surge en el momento en que todavía no es de noche y ya no es de día. Es una hora que favorece el ensoñar que se compagina con las melodías que uno escucha y que toca las fibras más sensibles de los románticos empedernidos. Mea culpa. En esa hora reina despóticamente la ilusión y es cuando las meditaciones, si las hay, hechizan el alma y la engrandecen, la acarician y sobre todo la consuelan. Es precisamente esta hora en que escribo esta columna. Cuando el día ya no es día y la noche aun no llega.
Querido y dilecto lector, vas a decir con justa razón que mi corazón tiene el poder singular de conceder un valor extraordinario a meras simplezas como lo es el minúsculo hecho de haberme topado en la autopista, o terracería de mi vida, lo que sea, con esta añeja y melosa canción. Discúlpame, pero creo que el valor de la vida está en los detalles. En esos sentimientos que pasan por esa deliciosa y lenta metamorfosis que conduce a las almas a una inteligencia perfecta. ¿Pretencioso? Claro que lo soy.
Lo que sigue de esta melodía es lo que yo llamo, “Curso intensivo de desapego”. Dice: Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuaran, la vida sigue igual. Profesionalmente hablando, lo más sagrado que existe para mí son mis escritos. Es mi trabajo, pero como bien dijo Pablo Neruda, una vez que son plasmados en la prensa, ya no son míos. Y no tiene nada que ver con Hugo Chávez ni con AMLO. Después de mi vendrán otros columnistas. Así es la vida. Que lindo es no tener apegos materiales.
Menciona un buen consejo en lo referente a quienes se dicen nuestros amigos. Afirma que, Pocos amigos que son de verdad. Cuantos te halagan si triunfando estas. Y si fracasas, bien comprenderás, los buenos quedan, los demás se van. La crudeza de la vida hecha poesía.
Tantas cosas que suceden en nuestro país y a mí se me ocurrió escribir de “naderías”. Esas que exalta Miguel de Unamuno ante la avalancha arrasadora de la política nacional. Oxigenando ideas.
El tiempo hablará.