Todos mienten. Dr. Gregory House.
Debo reconocer que la serie “Dr. House” me atrapó hace ya varios años en la totalidad de sus ocho temporadas. La ácida personalidad de su protagonista principal fue un condimento de la serie, que le daba un atractivo especial pues decía lo que tenía que decir con el único objetivo de dar con el diagnóstico de cada paciente.
En uno de los capítulos expresó que para llegar, precisamente, al diagnóstico correcto, el cuerpo médico debe considerar con pragmatismo feroz y estoico lo siguiente: “Mienten los enfermos, mienten los parientes y amigos de los enfermos, mienten los médicos, mienten las personas catalogadas como normales. Miente con tenacidad y enjundia la sociedad en su conjunto. Y mientras todos mienten, la enfermedad y la verdad permanecen ocultas”. Hasta ahí la cita.
No pierdo de vista que es una serie de ficción, pero la forma como aborda la naturaleza humana, esa que nos conforma a ti y a mí, sesudo lector, está muy cerca de la realidad, esa realidad que muchos no podemos digerir apriorísticamente y tenemos que andar buscando sustitutos para que sea más aceptable según nuestros patrones y prejuicios. Te confieso que al comenzar a ver la serie, de la atención pase en breve al interés subido.
Mi sorpresa se convirtió en pasmo cuando me di cuenta que yo he mentido muchas veces en mi vida, y para paliar mi complejo de culpa le puse medida a mis mentiras o las clasifique con eufemismos tales como, mentiras pequeñas, mentiras piadosas o mentiras necesarias.
En la historia de mi familia me remonto a la primera vez que, en uso ya de mi razón, le mentí a mi madre, bueno debo ser más puntual en este relato y decir que fue la primera vez que me cachó mintiendo, quizá para entonces ya llevaba un negro récord en impunidad. Te confieso que cuando mis padres me atraparon vi que mi madre se cruzó de brazos, y con expresivo meneo de cabeza, se plantó delante de mí, sin pronunciar palabra.
A pesar de mi infancia, bien entendí el sentido de la mímica, mentir era malo y así quedo sembrado por mis padres en mi mente. La enérgica voluntad de ellos me hizo que mi relación con las mentiras no fuera ni familiar, ni frecuente, ni deliberadamente aceptado. Se me complicó mentir toda mi vida.
Hago todo ese relato histórico exponiéndome a la indiferencia ostentosa de mis lectores, porque resulta que con el devenir del tiempo se ha subjetivizado o relativizado el tema de las mentiras. Resulta que pareciera que para ciertos actores de la sociedad mentir no esta tan mal, siempre y cuando lo que se diga sea más agradable que la maldita realidad.
Hoy existen términos que nos hacen más fácil de digerir las mentiras, uno de ellos es el concepto de “posverdad” que literalmente significa, más allá de la verdad. ¿En serio? ¿Hay cosas más allá de la verdad?
Algunos asesores de los más encumbrados políticos de todo el planeta, juegan a que mentir no es tan malo porque resulta que si a los ciudadanos, que también son potenciales electores, les dicen toda la verdad, onda y oronda, puede costar muy caro electoralmente. Así que mejor hay que decirles lo que quieren escuchar aunque sean mentiras. Y como la memoria colectiva es muy corta se nos olvida que nos mintieron, más aún por el rato agradable que nos hicieron pasar mintiéndonos.
Como ciudadanos hoy tenemos dos compromisos. Verificar que se nos diga la verdad tal cual, y más aún cuando lo que nos estén diciendo sea muy agradable a nuestros oídos. Lo agradable es infinitamente mucho mejor cuando no vaya empatado de la mentira.
Mentir es malo, como un día me lo hicieron entender mis padres en mi lejana infancia. Nuestra naturaleza humana requiere de fuerza para no aceptar la mentira, hay mentiras que son muy agradables y eso lo saben los maquievalos políticos contemporáneos.
Volviendo a la serie Dr. House, recuerdo un diálogo en que Gregory decía: “A las mujeres se les llega por el oído y a los hombres por la vista, por eso las mujeres se maquillan y los hombres mienten”. Otra vez la mentira como herramienta cotidiana de vida.
Pareciera que en la vida y en la política, mientras más dolorosa la realidad, más agradable la mentira usada. Víctor Yturbe, “El Pirulí” lo poetizó: “La dicha con tu amor fingido, Miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz”. Bajo esa óptica lo único que muchos gobernantes quieren es la felicidad de sus ciudadanos y usted elige las mentiras que quiera creer.
El tiempo hablará.