Hace casi 250 años, en otra era del mundo, Benjamín Franklin afirmó que «Una inversión en conocimiento paga los mayores dividendos». Su clarividencia es asombrosa, pero el mensaje es trascendente y nos toca cuando podemos ubicar en nuestra historia el 18 de octubre de 1972, fecha de inicio de un gran proyecto para Matamoros, cuando un grupo de personas se lanzaron sin pudor a hacer realidad los sueños que tenían para nuestra ciudad: La Facultad de Medicina de la UAT. Ubicando el 6 de agosto de 1974 el primer día de clases en este campus.
En el entusiasmo de los pioneros de este proyecto no cabía el temor ni la negatividad. Cabe decir que en esta vida podemos ser en forma ideológica o metafísica, profundamente pesimistas. Convencidos todos de la omnipotente maldad o de la triste estupidez del sistema, así como de la diabólica microfísica del poder que tanto he comentado últimamente con mi amigo Parga. Absolutamente nada en 1972 sembró la esterilidad a mediano o largo plazo del esfuerzo humano que surgió místicamente y en forma espontánea en varios matamorenses de la época. Me ahorraré los nombres por temor a la omisión involuntaria de alguno de ellos.
Los fundadores de la escuela de medicina sabían que la enseñanza presupone el optimismo, tal como la natación, que hoy practico con denuedo, exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse debe abandonar la natación; y así en aquellos días, quien sentía repugnancia ante el optimismo de quienes iniciaron este espacio académico médico, seguro que abandonaron el proyecto y evitaron pensar en qué consistía.
Hoy, cincuenta años después, podemos ver que ciertas actitudes son una forma de derribar barreras; al atender la amable invitación que me hizo el doctor Pedro Mendoza, actual director de la Facultad de Medicina, a sus instalaciones modernas y de vanguardia, en ellas experimenté como matamorense una emoción sin palabras al ser testigo presencial en sus aulas de un poderoso gesto de acercamiento, de comunicación y de intimidad académica entre maestros y alumnos.
En esa visita que hice a sus instalaciones me afloró el poeta idealista que me habita, e inundado de ternura mi corazón de matamorense, clavé en la Facultad de Medicina mis ojos y toda mi alma de escritor y cronista ante el ambiente óptimo y propicio para generar un conocimiento que califica y ratifica el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior, mejor conocido por su acrónimo como Ceneval. Este último dato le da empaque y certeza a todo mi meloso romanticismo académico que me inspira esta historia de logros escolares que inició hace cincuenta años.
Hoy, después de arrostrar y arrastrar tantas aventuras, de pasar tantos afanes, esta escuela de medicina es una contundente realidad, un proyecto que no ha sido fácil y que ha pasado por revoltosos vientos y sonoras tempestades, que solo fueron auspicios para saber qué tan ardua empresa es fundar el linaje médico matamorense. Hoy es una escuela que infunde vigor a sus alumnos para que formen parte de los mejores profesionistas de medicina en todo el país.
Maestros y directivos de ayer y de hoy supieron compensar los hados adversos con los prósperos, no querían ser una academia de falaces apariencias y hoy brillan por su ardor en medio de la muchedumbre académica; fui testigo de la alegre lozanía de la juventud que ahí estudia con hambre y sed de excelencia, viendo a los alumnos bebiendo raudales de conocimiento y conviviendo con sus maestros, profesionistas de la medicina en activo, ni más ni menos.
Mis felicitaciones a todos los doctores-maestros que se lanzan valientemente en el mar perplejo de la enseñanza médica, pues salirse de la cómoda consulta para educar es creer en la perfectibilidad humana de sus jóvenes alumnos, en su capacidad innata de aprender, en que esos futuros médicos podrán mejorarse unos a otros por medio del conocimiento que fluye en sus aulas a cualquier hora del día y eso indudablemente engrandece a Matamoros y es un enorme legado pues en estos cincuenta años de enseñanza, particularmente en la Facultad de Medicina de la UAT en Matamoros, educar ha sido un paso al frente de la valentía humana.
Cincuenta años es un buen principio.
El tiempo hablará.