Eres de la tierra que te da de comer. Guillermo Chávez M.
Matamoros es una ciudad que ha evolucionado en muchos sentidos para bien, aunque falta mucho por hacer, pero creo que, a veces despacio, otras veces de prisa, entramos en un dinamismo que nos puede llevar a buenas circunstancias para hacer de nuestro lugar de origen, nuestra amada tierra que nos da de comer y ve pasar nuestra vida; un lugar prodigioso para las nuevas generaciones.
En muchas ocasiones he escuchado argumentos lapidarios que provienen de mentes, las cuales proyectan a nuestra ciudad como un lugar poco favorecido, y creo que la realidad es más generosa que lo que muchas mentes asumen en su interior.
Quisiera expresar por nuestra ciudad las palabras aladas que en su momento Miguel de Unamuno o Alfonso Reyes expresaron por sus ciudades de origen, uno por Bilbao en España y el otro por la sultana del Norte, su amado Monterrey; que nos envuelvan en la retórica de la modernidad y que aterricen en las mentes de quienes habitan Matamoros y logren amarla como ciudad, aunque por el momento no sea todo lo que quisieran que fuera.
Sé que hasta este punto podrás acusarme de iluso, apreciado lector, pero el tema de hoy tiene que ver con un concepto, que de aterrizarse en cada uno de los matamorenses, sería maravillosamente detonante y tiene que ver con “el sentido de pertenencia”. Más que cualquier ideología, si logramos fijar en las mentes de quienes viven y disfrutan pertenecer a esta muy amplia comunidad ese sentido de pertenencia, podríamos lograr, todos, ser sino la mejor ciudad del mundo, sí la mejor del rumbo.
Habrá, como siempre los hay, quien argumente muchas razones para desistir de tan ambicioso deseo, que Matamoros está muy lejos del centro, que nos falta mucho para ser como Monterrey o Guadalajara, pero Roma no se hizo en un día.
Se trata primero, de aspirar a que nuestros hijos anhelen un universo épico dentro de nuestra geografía. Si no existe al menos querámoslo. Tenemos el muy digno ejemplo del regiomontano Don Eugenio Garza Sada, cuando a principios del siglo pasado concibió la ciudad que hoy es Monterrey. Es un tema de querencia colectiva. Puede ser que cerca de tu casa haya un caído que despida fétidos olores. No creamos que las grandes ciudades no padecen las mismas vicisitudes.
En el capítulo veintitrés de “El Principito”, una muy breve narrativa escrita por Antoine de Saint-Exupéry, el personaje principal sostiene un diálogo muy profundo con el zorro, una fábula fabulosa en la que con ideas simples pero sustanciales se llegan a posturas de vida muy aportativas. En ese diálogo el Zorro le pide al Principito que lo domestique, que no es otra cosa que hacerlo tener valor en su vida. Es pasar tiempo con él y como producto de ese tiempo de convivencia y de todo lo que implica vivir, reír, llorar, comer juntos, tener caídos en las calles y que expidan olores fétidos, todo eso abona para que Matamoros nos domestique, todo eso abona para estar orgullosos de pertenecer a este lugar.
Matamoros es la sonrisa inolvidable de una mujer bonita, es el platillo que comemos y la plática con la que acompañamos ese momento de intercambio de emociones y de ideas, a veces encontradas, que surgen en nuestros diálogos precisamente por pertenecer a este lugar donde nos tocó vivir.
Matamoros será el lugar ideal para vivir cuando logremos que nuestros hijos nos escuchen que vivimos en una gran ciudad, seguramente no es la más rica del mundo, pero que nuestro orgullo por pertenecer a esta tierra sea equiparable al orgullo que tenía Gabriel García Márquez por Aracataca en Colombia, que hasta le llevó a mencionarla en sus cautivadoras novelas con el seudónimo de Macondo, un lugar de dimensiones más pequeñas que nuestro amada ciudad, pero que por el sentido de pertenencia que una sola persona como el nobel escritor, Gabo, ha atraído a mucha gente.
Acúsame de soñador, querido y dilecto lector, pero el día que logremos, por cualquier razón, encontrar el camino para que nuestros hijos se queden a vivir y hacer grande en todos los sentidos este espacio geográfico, habremos avanzado, un pequeño brinco para nuestro ego, pero un gran salto para nuestro sentido de pertenencia.
Toda esta ilusión romántica surgió por un momento de ser filósofo solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Debo reconocer que amar y querer lo mejor para mi cuidad abruma con feroz esplendor mi imaginación.
El tiempo hablará.