¿Nos importa tres cacahuates la pandemia?

La velocidad es independiente de lo que significan las cosas. Antonio Skármeta

En medio de esta cuarentena viene muy a colación citar un poema de Pablo Neruda, el mismo que en su momento dijo que la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa; él dijo que: No le gustaba la casa sin tejado, la ventana sin vidrios. Tampoco le gustaba el día sin trabajo y la noche sin sueño. Tampoco le gustaba el hombre sin mujer, ni la mujer sin hombre. Y remataba diciendo que quería que las vidas se integraran encendiendo los besos hasta ahora apagados. Que mejor esperanza para esta pandemia; al pensar en ello, mi sonrisa se extiende como una mariposa en mi rostro.

La multitud humana no deja de ser una lección de vida, mucho menos en un contexto de excepcionalidad denominada pandemia. Vivimos un momento de lucha entre nuestros hábitos y nuestra inteligencia. Al hábito de socializar no le podemos poner freno. Al hábito de respirar nuestra libertad al salir al mercado, o a cualquier lugar, no le podemos poner reglas; nos gusta salir a tropel como caballos desbocados y sentir la euforia serena de los cortesanos afianzados en su jerarquía de esa libertad. Hoy más que nunca sufrimos esa insoslayable sensación que nos ha faltado tiempo para celebrar.

Debo reconocer que los números del Covid 19 en Tamaulipas me dejaron pálido, pero los de Matamoros me dejaron lívido. Y concluyo que, a pesar de que todo en la pandemia es nuevo, a veces me parece que la conducta colectiva tiene un sabor rutinario. Algo así como una maraña turbulenta a la que no podemos dominar y que más bien nos domina, la cual se complace en hacer justamente lo contrario de lo que le puede sustentar su salud y sobre todo preservar la vida.

Nos gana la anti cultura. De tal forma que cualquier ejemplo que quede por debajo de lo ejemplar se nos acomoda. Recuerdo que en el breve libro de “El cartero de Neruda” hay un dialogo que dice así:

“El telegrafista se echó aire con un ala, y levantó un dedo admonitorio ante las narices de la viuda.

-No sea materialista, suegra.

La mujer se echó sobre el respaldo de la silla.

-A ver usted, que se las da de culto. ¿Qué es un materialista?

-Alguien que cuando tiene que elegir entre una rosa y un pollo, elige siempre el pollo.” Hasta ahí la cita.

Lastimosamente nosotros parece que estamos eligiendo el pollo. No creemos lo que no vemos y pensamos que el universo solo consiste de las cosas que nos consta, sin dejar la más mínima reserva para dudar y que esa duda nos siembre cierto temor para cuidarnos.

Vivimos en el fragor de lo inmediato, en la ignorancia supina y galopante de aterrizar como cierto solo las muertes y los contagios de nuestros conocidos. Si le sucede a desconocidos o si le pasa a otros, proyectamos nuestra esencia rabalera gritando a los cuatro vientos que es un invento del gobierno o de las clases poderosas. El APP de los números macabros es algo etéreo y lejano que no nos convence para cuidarnos bien.

Querido y dilecto lector, en un entorno incierto, caracterizado por la rapidez del cambio, la complejidad de las organizaciones y la sensación de crisis perpetua, se necesitan personas ilusionadas con el entorno de nuestro amado Matamoros, y sobre todo con la mente abierta para saber adaptarse a esa constante mutación de los virus y más tarde al de los mercados, los productos, los consumidores.

Exigir salir en estos momentos es como querer llevar la democracia al extremo de someter a votación de la familia quién es el padre.

Todo se mueve a escala planetaria y a una gran velocidad en el ámbito del conocimiento aplicado a cualquier empresa humana. Hasta el punto de que somos muchos los que pensamos que estamos ante un cambio de civilización que pondrá a prueba la capacidad de adaptación de las próximas generaciones. Pero hay algo que permanece inmutable: las emociones.

Los contagios y las muertes, al comienzo aislados y luego nutridos, me dejan con un silencio en un contexto de perplejidad que en su momento se lo dedico al infinito en términos de meditación y cuestionándome, ¿En realidad queremos pasar a la historia como una comunidad tan necia y obstinada en no cuidarse?

Solo con el encierro podremos tener una siesta que no culmine en funeral; y evitemos presumir esa curiosa erudición en contagio y muerte, pues nuestro vertiginoso ascenso de contagio me deja helado. En medio de la pandemia somos muy fiesteros, actuamos con más patriotismo que eficacia. Creo que tenemos que ser más rigurosos que retóricos, y pienso que frente a los números trágicos de la adversidad sanitaria, la reapertura económica es un traje que aún nos queda demasiado grande.

El tiempo hablará.

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