Los regímenes políticos en la historia son siempre una sucesión cíclica. Polibio.
Escribo la presente columna desde la comodidad de un esplendoroso y asoleado día lunes de asueto y ante la perspectiva histórica de la Revolución. Un capítulo de la historia de nuestro país que no inició en 1910, sino mucho antes.
Analizando la Historia podemos desmitificar a toda la legión de personajes. Y no me refiero a la oficial, más bien a la otra, a la que se supo de boca en boca. Para lo cual hay que estudiar a Jesús Gómez Fregoso de quien rescato algunos fragmentos.
El país ya llevaba muchos años, desde la época de Juárez, soportando un régimen autoritario en el cual el federalismo no existía, lo mismo que la división de poderes propuesta desde la Constitución de 1824: el ejecutivo dominaba por completo al legislativo y al judicial, como lo había denunciado Porfirio Díaz contra Juárez en el Plan de la Noria de 1871.
En ese mismo plan, Díaz se quejaba de que la reelección del presidente de la república era ya una costumbre, de que las elecciones eran una farsa y de que el señor presidente ponía y quitaba gobernadores: en pocas palabras, que el señor presidente era un dictador que empleaba al ejército, “fiel defensor de nuestras instituciones”, para reprimir al pueblo.
Lo “curioso” del asunto es que eso resultó con el tiempo una descripción del sistema político de Porfirio Díaz cuando se consolidó en el poder: se había reelegido seis veces y había logrado que el Congreso fuera un fiel servidor después de convertirlo en un asilo de ancianos, de suerte que cuando se proponía una ley y los viejitos cabeceaban de sueño, el presidente del Congreso, en lugar de contar cabeceadas somnolientas, contaba votos aprobatorios; es decir que las leyes llegaban perfectamente hechas al Congreso. Díaz, al igual que el Benemérito, ponía y quitaba gobernadores, además perfeccionó el sistema electoral juarista. Don Porfirio superó también a don Benito en el control de la prensa.
Querido y dilecto lector, encontré una copia de una carta fechada en mayo de 1887 del adolescente Panchito Madero. Ésta estaba en lo que quedó del archivo del Colegio de San Juan, en Saltillo, donde los hermanos Madero estudiaron uno o dos años de la enseñanza primaria. Sin hacer un análisis psicológico de la adolescencia de Panchito, quiero subrayar su ortografía, peor que la mía, a riesgo de quemar a sus maestros jesuitas de Saltillo. La carta la escribió Madero de su puño y letra en Estados Unidos, en un colegio de los maristas según creo. Dice así:
Mi muy estimado prefecto:
Desde hase mucho tiempo que tenia deseos de escribirle, pero que lo hago, lo hago con muchísimo gusto el que nunca me faltara, para escrivirles a Uds., y ademas que me creo obligado ha haserlo, y a haserlo con mas prontitud.
Le doy a Ud. muchísimas gracias por haverle dado al Señor Alveleri una medalla de la Congregación para que me la diera, me causo muchísimo gusto recivirla y que le dije de la medalla, lo único que deseava saber era el modo de poderla recompensar porque no dise nada de si se le pierde a uno la medalla.
Por carta del señor Alveleri, supimos la muerte de nuestro estimado P. Brisak al que envidiamos por haber pasado ya ante el tribunal de Dios, y como era tan bueno, seguramente alcanzo la felicidad bienaventuranza y estara ya rogando por todos los de esa Santa Compañía y de todos nosotros.
Ernesto, Manuel, José y Gustavo le mandan saludes a todos Udes. Y de mi parte si me hase el favor saludeme cariñosamente al P. Saton, al señor Arroyave, al señor Arguelles, al señor Alveleri y demas de la casa. Y Ud., estimado e inolvidable prefecto encomiendeme a nuestra querida Madre María Santísima, pues yo nunca me olvidaré de U. ya en esta vida ni en la otra si acaso nos vamos al sielo.
Fco. Madero.
Es evidente que la pésima ortografía no es un impedimento para ser presidente, Porfirio Díaz también tenía pésima ortografía. En el mismo archivo existía otra carta dirigida al padre Spina SJ, en Roma, fechada el 15 de junio de 1912, no manuscrita sino a máquina y en papel membretado como “Correspondencia Particular del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. En ésta le agradecía al padre Spina una tarjeta fechada en Roma y añadió lo siguiente: “siempre que vienen personas de allá me he informado de usted con interés, pues conservo muy gratos recuerdos del tiempo que permanecí en el colegio de San Juan […] Me repito su antiguo discípulo y amigo que mucho lo aprecia. Francisco Madero”.
El señor presidente tenía un buen secretario que escribía sin faltas de ortografía. Asi las cosas en nuestra historia.
El tiempo hablará.