El martes pasado por la noche escuche a Leo Zuckermann en su programa “La Hora de Opinar” acompañado por Carlos Bravo Regidor, Paula Sofía Vázquez y Gibrán Ramírez, quienes me atraparon con su temática por un comentario que se aterrizó cuando afirmaron que la política en México está dominada por adultos de la tercera edad y resaltó en esta lista al presidente AMLO, quien tiene 69 años.
Llama la atención que el proyecto de nación presentado en nuestro país ha sido diseñado por personas mayores de 70 años, según se dijo. Y la pregunta obligada que se ventiló fue: ¿Dónde están los jóvenes?
Lo que se ventiló en el programa es que los jóvenes de hoy no están muy involucrados en la política partidista. Un dato que me pareció relevante es el de cómo andan los jóvenes en la Cámara de Diputados. Se dice que en la cámara hay representadas cinco generaciones: la de la posguerra, nacidos entre 1928 y 1945; los baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964; la generación “X”, nacidos entre 1965 y 1980; los millenial, nacidos entre 1981 y 1996 y por último la generación “Z”, nacidos después de 1997.
Con esta clasificación, a penas el 1.2% de los diputados pertenecen a la generación “Z”, 28% milleniales, entre los 27 y los 42 años; 47.4% son parte de la generación “X”, los que tienen entre 43 y 58.
Se dice que hay una extensión de la juventud, es decir, a los de mayor edad se les sigue diciendo jóvenes, como uno de los efectos del envejecimiento de la clase política, por esta razón se le da más tiempo de vida a la juventud y nos vemos en el absurdo de llamar jóvenes a protagonistas de la política, como lo son los baby boomers, Claudia Sheinbaum de 60 años, o Marcelo Ebrard de 63.
Si tomamos el criterio de que son jóvenes de 42 años para abajo, podemos decir que en la cámara de diputados son más del 50% y veamos cómo se distribuyen por bancada. El partido con más diputados jóvenes es el PRI, en segundo lugar el Verde, en tercero Movimiento Ciudadano, en cuarto lugar Morena, en quinto lugar el PAN y en último lugar el PT, en un congreso mexicano con un promedio de edad de 48.
Cabe señalar un dato que ya no es tan romántico, y es que este sector con más del 50% de presencia en el congreso, la realidad es que no pintan, es decir, ninguno de ellos es de los protagonistas principales. Se puntualizó que sí hay jóvenes, pero no hay liderazgos jóvenes; aunque cabe resaltar una excepción, que es el candidato del PRI en Coahuila, Manuel Jiménez, de 36 años.
Con todos estos datos podemos asumir que falta un relevo generacional, es decir, que se retiren los que se tienen que retirar, los miembros distinguidos denominados cabecitas de algodón. Aunque no se pueden olvidar las malas experiencias que en México hemos tenido con el tema “joven” cuando Peña Nieto promovió con bombo y platillo al “Nuevo PRI”, con un grupo de políticos, todos eran muy jóvenes, todos fueron gobernadores y todos terminaron en la cárcel. Otro ejemplo que se dio fue el Partido Verde, con elementos también muy jóvenes, sangre fresca, pero que nos lleva a la pregunta obligada: ¿qué nos ha dado el PV durante todos estos años?
Querido y dilecto lector, el camino de los jóvenes para hacer méritos incluye ser secretarios particulares o asistentes y haciendo la labor de talacha que les piden los viejos para que puedan ser considerados como un cuadro, es decir, picar piedra, pero todo esto se enfrenta a una cruda realidad y es que la generación de la transición no se quiere jubilar, el ejemplo perfecto de ellos es el líder de la sección XXX en Tamaulipas, Arnulfo Rodríguez, con sus 75 años, ¿admirable o criticable? Solo el tiempo lo dirá. Nos guste o no en México los mecanismos para que un joven sobresalga en la política son tres: el parentesco o nepotismo, el dinero y la obediencia.
No hay nada nuevo bajo el sol en este rubro, el mismo Stefan Zweig anota cómo se veía a los jóvenes en su época cuando decía lo siguiente: “Mi padre, mi tío, mi maestro, los tenderos, los músicos delante de los atriles, a los cuarenta años eran ya hombres gordos, “respetables”. Andaban despacio, hablaban con comedimiento, se mesaban las barbas bien cuidadas y en muchos casos ya entrecanas. Pero el pelo gris era una señal más de “respetabilidad” y un hombre “maduro” evitaba conscientemente los gestos y la petulancia de los jóvenes como algo impropio. Ni siquiera siendo yo muy niño, cuando mi padre todavía no había cumplido los cuarenta, recuerdo haberlo visto subir o bajar escaleras apresuradamente ni hacer nunca nada con prisa aparente”
Queda mucho por decir, pero es contundente que se necesitan jóvenes que estén dispuestos a tomar la estafeta y darle color a las nuevas generaciones.
El tiempo hablará.