El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación. Friedrich Nietzsche.
Eran casi las 6:30 PM del domingo 24 de enero. Platicaba con mi morigerado primo hermano Guillermo Mijares, él es para mí uno de los representantes más conspicuos del estoicismo dialéctico, aguanta las asperezas de mis argumentos que difieren de su forma de ver la actual vida política de nuestro país.
Sin embargo, a pesar de esas diferencias de criterio mantenemos una relación sólida a distancia. No resultaría tan romántico mencionar que quizá por la distancia es que es sólida. Ahí hay enseñanza para aquellas familias obstinadas en siempre querer estar demasiado cerca. Que argumento tan Grinch acabo de emitir. Regresando al tema de mi primo Guillermo, debo decir que su capacidad para debatir es parte de su constitución orgánica, aunque diferimos mucho en nuestra apreciación de la vida.
Debo ser honesto y aclarar que nuestros diálogos más que receptores de preguntas mutuas nos convierte en emisores de afirmaciones que el otro nunca acepta. ¿Diálogo de sordos? Probablemente. Un fifí contra un chairo. Así nos tiene AMLO con la parentela, aunque en el caso de mi primo las diferencias nos unen más, pues hemos aprendido en nuestras interminables dialécticas antagonistas que en las cosas de la vida es importante saber que si fallan nuestros conocimientos, podemos emplear nuestra intuición. Empirismo puro.
A la hora mencionada del literal plácido domingo, nos enteramos que AMLO declaraba haber sido diagnosticado como positivo a Covid 19. Me pareció que mi primo se derrumbaba en su esencia. Yo pensé en mi fuero interno que era más bien la crónica de un contagio anunciado.
Las reacciones en redes sociales no se hicieron esperar. El antagonismo imperante fluyó en forma por demás desorbitada. Amlovers vs Amlohaters. Hubo visceralidad en ambas partes y una tercera posición de pocos mesurados. La Razón, de René Descartes (Pienso luego existo) o Baruch Spinoza (Entender es ser libres) simplemente naufragó en el mar de afirmaciones de unos y de otros.
En medio de la espiral de reacciones al contagio mencionado del presidente AMLO apareció una teoría de la conspiración la cual afirmaba que todo era una vil mentira con un propósito maquiavélico como en su momento se dijo en los contagios de Donald Trump, de Boris Johnson y del mismo gobernador Cabeza de Vaca. Cada quien creyó lo que más se acomodaba a su ideología. La verdad en sí poco importaba. Como en un mercado, sino le gusta esta “verdad” tenemos otras.
Todo esto me llevó a una palabra para definir el mundo al revés de la política, la «pos-verdad». Cabe mencionar que fue la palabra del año en el 2017, según el prestigioso diccionario de Oxford, que la define como el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales.
Querido y dilecto lector, es importante puntualizar que la pos-verdad nos lleva a la incredulidad de todo. A lo que Nietzsche llamaba con esa palabra rimbombante: nihilismo, una doctrina filosófica que considera que al final todo se reduce a nada, y por lo tanto, nada tiene sentido.
Pareciera que como sociedad hemos caído en eso, el nihilismo, un término que proviene del latín nihil, que significa “nada”. El domingo pasado pude apreciar que todos los bandos, por así decirlo, eran presos de este concepto; me pareció que la mayoría no podía ni quería someterse a una versión única y que por esa razón de la sinrazón, íbamos navegando sin brújula en el desierto de la historia frente al contagio presidencial de Covid. Estamos inmersos en la era de la pos-verdad y el nihilismo, que nos lleva a creer en la nada.
Me imaginé al pesimista que piensa que la vida carece de sentido y muestra su resentimiento y odio hacia ella. Nunca me ha gustado Nietzsche, pero gracias a él entiendo que el nihilismo se asocia a una cultura occidental que se acerca a su propia ruina, a su decadencia total, y ha quedado vacía, agotada de los valores a los que en algún momento como seres humanos eran nuestro soporte.
Percibí una sociedad con una actitud escéptica y absolutamente desencantada de todo y de nada frente a un simple aviso de contagio.
Nietzsche afirmaba que Dios había muerto, y la muerte de Dios significa que ya no tenemos referentes y estamos instalados en el enorme vacío que deja el Dios muerto. Infiero que la mayoría se siente en una realidad carente de sentido y que por esa razón preferimos creer en la nada a no creer en nada. El problema está en el ojo del observador más que en lo observado.
Me parece que cada vez estamos más instalados en la teoría de le entropía, del orden al caos. Hoy el pesimismo dictó la columna. Diagnóstico nefasto.
El tiempo hablará.