El escritor E. V. Niemeyer es el autor del libro titulado “El General Bernardo Reyes”. Un libro que no tiene desperdicio alguno. Notas ricas en contenido y sabrosas para el morbo histórico que nos habita. No pretendo hacer de mi escrito un pastiche, es más bien textos tomados de la narrativa histórica escrita por Niemeyer y que tienen mucha semejanza con la actualidad. Iniciemos.
Hasta que Reyes llegó al norte en 1885, la región fronteriza de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas se había escapado del control de la Ciudad de México por causa de la distancia de la capital, de su extensión y la falta de adecuados medios de comunicación. Aprovechándose de la incapacidad del gobierno central para ejercer control local, dos viejos combatientes de la Intervención Francesa, el general Jerónimo Treviño y Francisco Naranjo, que habían tenido cargos en el gabinete del presidente Manuel González de Matamoros, y el licenciado Genaro Garza García, íntimo amigo del mismo González, habían adquirido un gran poder. Estos tres nuevoleoneses se habían convertido en los árbitros del destino de Nuevo León desde 1867, mediante un reparto mutuo de todo el poder entre ellos y sus amigos.
Clasificados como «localistas exagerados, de inclinaciones a la lucha armada y resentimiento contra el gobierno general», su actitud independiente corría pareja con la falta de observancia de la ley y del orden y con el contrabando que prevalecía durante este tiempo a lo largo de la frontera.
Esto era especialmente cierto de Tamaulipas, gobernado antiguamente por uno de los mayores contrabandistas de la época, el gobernador Servando Canales, teniendo como centro el puerto de entrada, Matamoros, cuyo alcalde, el general Juan N. Cortina, desafiaba incluso al gobernador y actuaba abiertamente con su pandilla de rufianes y de contrabandistas en esta región.
Ni Jerónimo Treviño, ni Francisco Naranjo, mucho menos el gobierno central, eran capaces de poner término a tal clase de negocios. Detrás del desprecio por la ley estaba siempre la amenaza de que los elementos del desorden podrían unirse a un «hombre fuerte» y sublevarse contra el centro.
Para prevenir tal acción y para deshacer de una vez toda posibilidad de oposición de este sector de México a sus planes de continuismo en el poder, Porfirio Días se aprovechó de un conflicto político local en Nuevo León para intervenir y comenzar a destrozar el caudillismo que existía. En oposición a los «localistas exagerados» existía un grupo que buscaba la armonía con el gobierno central, que deseaba fomentar y desarrollar un sentimiento de nacionalismo, que quería acabar con el estado de desobediencia a la ley que prevalecía a todo lo largo de la frontera.
Uno de los jefes de este grupo era el licenciado Lázaro Garza Ayala, que, aunque tenía el grado de general, era más civil que militar por naturaleza. En las elecciones de Nuevo León que tuvieron lugar durante el verano de 1885, Garza Ayala fue derrotado para el cargo de gobernador por el Licenciado de las tres “G”, Genaro Garza García, como ya se dijo, un amigo íntimo del ex-presidente Manuel González de Matamoros y uno de sus colaboradores en Nuevo León, a pesar del hecho de que la gente del Estado comenzaba a cansarse del mutuo cambio del poder entre los miembros de este grupo de los tres, Jenaro, Francisco y Gerónimo.
En México, el presidente Díaz y su ministro de Gobernación, Manuel Romero Rubio, padre de la segunda esposa del citado presidente Díaz de nombre Carmelita, tramaron la eliminación de este nuevo representante de la influencia de Manuel González en la frontera, aprovechando la inquietud y la oposición a la vuelta de Genaro Garza García al poder.
Cuando Garza García se encontró a la cabeza de un gobierno estatal cuyos ejecutivos municipales eran de la oposición pidió permiso para ausentarse a la Legislatura del Estado. Se le concedió inmediatamente y Garza García salió de prisa para la Ciudad de México a conferenciar con el Presidente Díaz, dejando el gobierno de Nuevo León en manos de su lugarteniente de más confianza, el licenciado Mauro Sepúlveda, que, como gobernador interino, no perdió tiempo en procurar que los genaristas recobraran el control del Estado.
Lamentándose de la intervención de Bernardo Reyes en las recientes elecciones del ayuntamiento, Mauro Sepúlveda envió un telegrama al presidente Díaz, pidiéndole que ejerciera las funciones normales delegadas a la Legislatura para remediar la situación, «porque el orden público se había alterado» en Nuevo León. Pedía que el gobierno federal enviara ayuda inmediata.
Entonces, se percató de la amistad entre el oaxaqueño Porfirio Díaz y el jalisciense Bernardo Reyes, dándose aparentemente cuenta de su error, cambió su forma de pensar sobre el papel del presidente en la lucha política del Estado, y al puro estilo del actual gobernador Cabeza de Vaca, indujo a la Legislatura a aprobar un decreto en que traspasara sus poderes constitucionales al gobernador. El decreto se hubiera hecho efectivo con la disolución de la Legislatura. La solicitud le fue inmediatamente concedida por la servil asamblea, como en su momento, en la actualidad, lo fue la 64 Legislatura en Tamaulipas, y el 24 de noviembre la asamblea se disolvió por sí misma. No hay nada nuevo debajo del sol. Después de todo la 64 Legislatura en Tamaulipas no es la primera, ni creo que sea la última en ser servil.
Este acto por parte de la servil asamblea fue denunciado muy pronto. Al día siguiente, el general Bernardo Reyes recibió una petición firmada por doscientas personas, incluyendo a Lázaro Garza Ayala, en la que censuraba a la Legislatura del Estado por haber delegado sus poderes en el gobernador y haberse disuelto. Cosa que no se hizo aquí en Tamaulipas con la pasada legislatura.
Alegando que por este acto se había violado la Constitución Mexicana, los solicitantes declararon que la Legislatura, lo mismo que el orden constitucional del Estado, ya no existían. Pedían al general Reyes que informara al gobierno nacional de las «condiciones anormales» que se habían desarrollado y pedían también que el ejecutivo nacional nombrara un gobernador Interino para Nuevo León. Así llegó el jalisciense a gobernar Nuevo León.
El tiempo hablará.