Una historia electoral

Desentenderse de la política lleva aparejado el tener que pagar un precio: ser gobernado por los peores hombres. Platón.

He dicho reiteradamente que todos en esta vida tenemos una historia que contar, y dependiendo del condimento narrativo que pongamos en nuestro relato será que el mismo tenga mayor o menor atractivo. Hoy quiero contarte una historia personal a riesgo que me acuses de vil protagonista, pero que tiene mucho de aportativo en lo referente a las elecciones del domingo pasado.

Ya hemos dicho que el grandioso escritor ruso Dostoievski iba al mercado en San Petersburgo a ver rostros para adivinar historias y aterrizar en sus relatos vidas que nos dijeran algo y en ellas poder conocer un poco más de esta naturaleza humana que nos conforma y que no deja de asombrarnos; incluso cuando más creemos que ya la conocemos nos da una sustancial desconocida.

A riesgo que te importe tres cacahuates mi vida, sesudo lector, debo mencionarte que en meses pasados fui seleccionado para ser el consejero presidente del distrito once en nuestra ciudad, Matamoros, Tamaulipas. Siempre me he catalogado a mí mismo de una autoestima estratosférica, una que raya casi en la soberbia pero que no deja de ser saludable para las emociones y los desempeños en esta vida que nos ha tocado vivir, en medio de pandemias y muchas otras cosas.

Esa mencionada valoración de uno mismo, cuando es saludable, te rescata de muchos escollos existenciales que tienen que ver con un desempeño óptimo frente a las adversidades de la vida o aquellas situaciones en que el control de las cosas nos rebasa y simplemente no lo tenemos del todo.

Pues bien, esa actitud de desparpajo a la que me lleva dicha característica, no me ha servido de mucho después de que fui nombrado consejero presidente. Me gustan los retos e incluso las cosas que impliquen cierta adrenalina, a veces, al límite del reglamento, es una emoción excepcional que nos permite engrandecer nuestra historia y pasados los tiempos recordarla como algo que en su momento nos desgastó pero que mucho nos aportó.

Hay un pasaje bíblico en el libro de los salmos de David que dice: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Dios moraré por largos días”. Hasta ahí la cita de Salmos 23:6. Esta bendita paranoia, en la que el salmista se siente constantemente perseguido por dos elementos que le son positivamente atractivos, en mi caso, se transformó en una paranoia de ansiedad. Te cuento.

A raíz de tener el nombramiento mencionado, la fecha 6 de junio se convirtió en un estigma para mí. La veía como una fecha apocalíptica y suponía que al cumplirse aquello de que “no hay fecha que no se cumpla, ni plazo que no se venza”, era como aquellas amenazas en alguna etapa de nuestras vidas, infancia o juventud, cuando algún compañerito medio barbaján y que a todas luces tenía ventaja sobre nosotros, nos decía: “Vas a ver a la salida”.

Una vez emitida la amenaza, nuestra mente febril, o al menos la mía, se subía a una especie de espiral de cadalso para, en su momento, pasar a recibir una desgraciada sentencia. Definitivamente debo reconocer que algunas veces mi mundo mental es más duro que mi mundo real. Y en ese sentido fue que la fecha de las elecciones se convirtió en mi mente en una especie de bomba de tiempo.

Comencé a verla como mi némesis inexorable que me esperaba agazapada en un lugar del futuro, particularmente del 6 de junio. Parecía que el apóstol Juan había entrado en mi vida y colocado mi apocalipsis personal, de tal forma que estaba seguro que el día de las elecciones era lo mismo que un día de tragedia.

La ansiedad estaba presente como un recordatorio de “vas a ver a la salida”, y de esa forma los días pasaban y se sucedían unos a otros de domingo a sábado hasta que el día llegó. Dormí plácidamente el día anterior queriendo ahorrar todas las fuerzas necesarias para el día “D”, como muchos pomposamente lo conocen.

Contaba en forma regresiva cada medición de tiempo que conocemos, y aunado a mi ansiedad propia, se le sumaba la narrativa del presidente AMLO, que amenazó en abril pasado con terminar con el INE. Pensaba yo que mandaría al titular de la UIF a arrestar a todos los consejeros presidentes. Repito, mi mundo mental es más severo que mi mundo real.

La supuesta fatídica fecha llegó y pude constatar que era más el ruido que las nueces. Todo el condimento humano que conforma esta oficina autónoma electoral se lució. Adoro la esencia humana en su dimensión perfectible más no perfecta. Superé mis miedos. Somos un país democrático. Me consta.

El tiempo hablará.

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