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Escribo con solemnidad y nostalgia, influido por la deliciosa baja temperatura que llegó a nuestra región y que me hace inevitable e inexorable no compartir contigo algunos selectos recuerdos del baúl familiar que me hace suspirar.
Mientras mi madre resolvía problemas de la escuela y asuntos domésticos con la misma simplicidad con que ordenaba que me quiten esta puerta de aquí y me la pongan allá. Recuerdo que gobernaba los asuntos de la casa de viva voz y de cuerpo presente a toda hora y en todas partes con una parsimonia rupestre pero también con una diligencia inconcebible a su edad. Me encanta recordarla cuando mis hermanos y yo la retábamos en su autoridad y muy oronda nos decía: «Esta casa es una democracia autoritaria». Me rio al recordarla, pero todos mis hermanos y yo siempre nos alineamos.
Y mientras pienso con inmensa nostalgia en aquellas navidades en familia antes de que mi hermano Ariel, el mayor se casara, cuando cada minuto del día y de la noche era precioso y de un valor peculiar, pero cuando lo vives no lo sabes. La última navidad de la estirpe Chávez Mijares cuando aún no llegaba Himeneo al hogar fue la de 1983 a mis dieciocho años de edad. Recuerdo que mi padre ponía en el tocadiscos “Gloria in Excelsis Deo” de la orquesta de Paul Mauriat. Me sello con esa melodía todas las navidades de mi vida.
Aquellos años lejanos cuando mi madre me decía que no tender mi cama sólo era concebible en una casa sin autoridad. La palabra autoridad siempre tuvo mucho valor en la vida de mis padres y los recuerdo mucho particularmente en estas fechas de fin de año.
A veces pienso que las navidades pretéritas quedan en el recuerdo como tiempo estancado en el interior de cada quien y lo primero que viene a mi mente es la nostalgia inexplicable que me invadía desde noviembre y ante la cálida cercanía de mi madre que todo me resolvía, sin pudor le decía: Estoy triste. Ella con su mirada de profundo amor en esos ojos tiernos que tenía me replicaba:
— ¿Qué motivos de tristeza podrías tener tú, hijo?
—Lo mismo me pregunto yo mami. No sé, supongo que no se necesitan motivos, esto es cosa de carácter.
Y su sola atención me resolvía el escollo existencial y seguíamos sumergidos en las exigencias del trabajo con la masa y los insumos para los tamales que ella diligentemente hacía en gran cantidad desde antes del día de dar gracias. Debo apuntar que ese episodio de mi juventud se me perdió en la niebla de la omisión reiterada que se fue dando con sus años de ausencia y hoy con el frio y el escarbar en los recuerdos aterrizo en mi mente. La hedentina de los tamales de mi madre prevalecía en toda la casa desde noviembre hasta enero.
Hoy quise adornar con palabras selectas esas vivencias que están estacionadas en un pasado muy lejano en la dichosa historia de mi familia y que hoy por circunstancias casuales que conectan la meteorología con las emociones quise traer al presente para compartir contigo apreciado lector. Parece que juntos vamos a llegar a una navidad más, yo escribiendo y tu leyéndome.
Querido y dilecto lector, quizá te preguntes la razón de ser de esta cursi columna. Perdón si parezco un tanto más cuanto nepotista pero quisiera que así como mis padres construyeron para mis hermanos y para mi esa dulce vivencia navideña que hoy atesoro como un magnifico recuerdo en el que éramos muy felices y no lo sabíamos; que procuremos desde ya tener en familia una excelente navidad 2022 que quede como insumo obligado para recordar en el futuro.
Que desde ya las buenas acciones y el adorno del entorno que incluye nuestro buen ánimo en este fin de año, sean la justa inspiración para que el día de mañana fluyan los recuerdos como terapia en tiempos de incertidumbre o de ausencia de los seres queridos entendiendo que si uno vive lo suficiente, los círculos se cierran.
El tiempo hablará.