Me puse a pergeñar la presente columna con un sentimiento de sutil tristeza y con la conciencia que estaba escribiendo para un prohombre matamorense, ciudadano de personalidad muy destacada, que goza de gran consideración.
Fue una persona bastante diserta, en quien prevalecía la razón y la puntual lógica en sus silencios y sus comentarios; como buen caballero que fue nunca se dejaba dominar por los escenarios que la vida le ponía enfrente, mas que reaccionar accionaba. Sabia que tanto la felicidad como la tristeza eran momentáneas, fluidas y caducas y no se detenía en fugases bagatelas.
Un empresario bastante acreditado en el medio, era imposible resistirse a su influjo de nobleza, particularmente en él la palabra virtud, lo mismo expresaba fuerza, vigor y valor, que la integridad de ánimo y bondad de vida. Era un hombre razonable, piadoso y muy humano, en quien jamás asomaba la arrogancia. Tenía el conocimiento útil y puntual para saber tratar a la gente, además de que su naturaleza lo hacía proceder siempre con magnanimidad y acierto.
En Don Arturo la utilidad del vivir no residió en el tiempo que vivió, 94 años, si no en el uso que de su vida hizo, con su familia, sus empresas, gobernador de Rotarios, uno de los fundadores de Coparmex en Matamoros, miembro del consejo de City Banamex, miembro del patronato de la UAT, consejero del Banco de México en Matamoros y consejero del Mercantil Bank en Brownsville entre otros.
Convivir de cerca con él era un grato deleite pues en su fino trato prevalecía más la cortesía que la indiferencia, me consta pues fui testigo de la frescura de su alma y su pensamiento en el vigor y alegría en que una vida con propósitos cumplidos rebosaba, fue un héroe del sentido del deber guiado por principios de profesionalismo y excelencia, eran su identidad propia.
A lo largo de su vida fue creador de vastos proyectos no solo empresariales sino también de altruismo y académicos convertidos con el paso del tiempo en hermosas victorias. Era enemigo de las acciones sutiles y fingidas. Su generosidad selló profundamente su alma y su rostro.
Fue un hombre profundamente sabio, culto, prudente y discreto, transpiraba esas cuatro virtudes sin alardear lo que pudiéramos considerar el orgullo de su esplendor: su esencia de empresario triunfador, y no le gustaban las apariencias ni las simulaciones.
Decía Michel de Montaigne que toda la sabiduría y razonamientos del mundo se concentran en un punto: el de enseñarnos a no tener miedo de morir, y hoy se ausenta de nosotros un hombre que dejó un gran legado para propios y extraños.
Gracias a Dios por la vida ejemplar de Don Arturo, una existencia que, sin protagonismos le ha dado empaque a Matamoros, creador de empleos y de estilos de vida que aterrizaron en todos los hogares de nuestra ciudad bridándoles una comodidad de vida con su respectivo beneficio económico que es lo que hace un empresario, ganó él y ganó Matamoros. Se le va a extrañar, descanse en paz.
El tiempo hablará.